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Columna
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El Reino de Galicia

La cifra de creyentes en Galicia cae de forma alarmante y a la misma velocidad que la ropa interior de la sobrina de Rouco Varela. Ya es difícil dárnoslas con queso de Arzúa a estas alturas porque sabemos que los Reyes Magos son los Padres, al menos en Ourense, y son solo dos: se llaman Mellor Baltar y Baltar, siendo el primer Baltar el Padre (o mellor) y el segundo el Hijo (así a todo, aínda menos mal). El Espíritu Santo, ese tipo insustancial, no cuenta por aquí, que somos de buen diente y de echar pulsos a los postres, algo imposible si no se tienen manos (una circunstancia consustancial a la insustancialidad). Cabalgando, pues, José Luis Baltar sobre su dromedario, para llevar al Niño al Altar de la Diputación ourensana, habla públicamente sobre el pulso que en su día le echó a Fraga; y lo hace a modo de advertencia a Feijóo: ningún presidente de la cuerda está libre del puño de hierro del sudeste del Reino y sus desafíos a Compostela.

Baltar se pone austero y anuncia que ya no va a mandar más charangas y bandas a los pueblos

José Manuel Baltar, Hijo, espera su Primer Advenimiento. José Luis Baltar, Padre, promete su consejo, su apoyo y todas las fuerzas disponibles para que el Elegido (no confundir con los pepinos de El Ejido) logre su objetivo. Pero, ay, estamos en tiempo de recortes y algún gesto hay que hacer para que el califato compostelano no piense que el de Ourense despilfarra. Pone el Rey Baltar la primera ofrenda al lado del pesebre: desprenderse del personal que no es absolutamente necesario (verbigratia: afín), por lo que se va a prescindir de él (sic). Lo segundo aparenta ser múltiple, pero se engloba bajo la palabra "control": control de dietas, de asistencias, de coches, de teléfonos, de inversiones... A primera vista se trata de controlar el colesterol, los pases en baloncesto, las multas por aparcar en doble fila, las monedas que se tragan las cabinas de teléfono públicas y algo tan insustancial como el Espíritu Santo: las inversiones. A segunda vista resulta que se trata de echar un vistazo y mirar en qué se gasta el dinero. Una vez despedido el personal prescindible y controlado el control, solo queda una cosa por contemplar sin dioptrías: la supresión de los gastos de las fiestas, bandas de música, orquestas y espectáculos. Ante la pregunta titubeante al respecto, el Rey Baltar no duda: el capítulo de mandar bandas y charangas a los pueblos queda a cero. Que ya lo dice la palabra: cero. O sea, que no habrá compás de seis por ocho (la muiñeira) ni de dos por cuatro (la Antiga Marcha do Reino de Galicia) sonando en las fiestas de Ourense en este Año de la Música. Todo sea en beneficio de las dietas y las asistencias.

De reyes, magos, meigas, trasgos, rasgos y gestos estamos hechos los gallegos. No hay instrumento que no arda en una fogueira de San Xoán, la gran noche mágica. Roncos, punteiros, tambores y pandeiros; violines, bombardinos, clarinetes y palletas; foles, cunchas, fusas y corcheas... Esta noche todo ello, lo material y lo inmaterial, arderá mientras la llamita del Espíritu Santo, la del humo de las inversiones, se posa sobre la cabeza de concelleiros y diputados dispuestos a controlar su saldo en el iPhone, sus calorías y los octanos (ojo con estos últimos que, a veces, explotan) de su coche oficial. Todo ello a mayor gloria del Rey Mago y para desengaño de la música en su año y del Pórtico de la Gloria.

Nivel cero, pues, para el bailongo del populacho (¡que ni sueñe esa gentuza con la sobrina de Rouco!) en los presupuestos del Rey Baltar -el de las mejillas encendidas- y solo un poco de control en los tonos de los móviles de sus pajes. En Compostela, el virrey Damocles Feijóo -el de la blanca palidez- contempla las campanas de la Catedral como si se le fueran a venir encima esos enormes trastos. Sin repicar, por supuesto, que no estamos para músicas. Las fogueiras de San Xoán de esta noche -mágica, insistimos, pero sin nada que ver con los Magos de Oriente ni sus Reinos- quemarán la última semicorchea. Las multitudes desesperadas se marcarán pentagramas sobre la piel, con arañazos a cinco uñas, reclamando unas gotas de sangre que caigan desde los astros y las esferas para escribir sobre ellos una nueva melodía.

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