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Columna
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Un arma llamada indignación

Tres semanas después del 15-M sigue imperando el desconcierto. El movimiento arrancó a siete días de las elecciones municipales y autonómicas sorprendiendo a los partidos concurrentes. Si patéticos fueron quienes desde la izquierda trataron de llevar el agua a su molino haciendo suyo el sentir de la protesta, no lo fueron menos los hooligans de la derecha que agitaron el fantasma de la mano negra que pretendía arrebatarles la victoria electoral. Ni unos ni otros comprendieron nada. Especialmente ignorantes o maniqueos fueron aquellos que vieron en la elección de la Puerta del Sol un ataque directo contra Esperanza Aguirre. No digo yo que la presidenta regional fuera la heroína de los acampados pero nunca vi en el kilómetro cero un solo cartel que hiciera referencia a la señora presidenta.

De la Puerta del Sol han salido peticiones tan razonables como un cambio en la ley electoral

Resultaba obvio que si eligieron Sol para escenificarla fue por su carácter emblemático y la resonancia que proporciona. Quienes trataron de ver lo acontecido con las lentes políticas de siempre han terminado haciéndose un lío. Esto era otra cosa, en su génesis, en el concepto y en su desarrollo. Algo tuvo que ver con sus orígenes el pequeño libro de Stéphane Hessel repudiando la indiferencia e incitando a los jóvenes a la indignación. Pudo haber también un punto de mimetismo por las recientes revueltas árabes que todos seguimos en vivo y en directo. Pero el fondo de la agitación es, sin duda, la sensación generalizada de que las cosas no son como deben ser, que el sistema está siendo forzado por unos pocos en contra del interés general y que la democracia está mal gestionada. Esos sentimientos recorrieron como un calambre las redes sociales hasta prender una hoguera de descontento. Una queja que no difiere tanto de la que ya venían expresando las encuestas.

En mayor o menor medida casi todos padecemos las consecuencias de una crisis causada por la avaricia de los especuladores y la acción impune de los mismos tiburones financieros que ahora nos imponen la austeridad extrema. Indigna asimismo el proceder de una clase política excesivamente profesionalizada y descaradamente más preocupada por la conquista del poder que por resolver los problemas de la ciudadanía a la que se debe. A la inmensa mayoría ni le gusta cómo ha gestionado el Gobierno la crisis ni cómo la oposición se relame por los réditos electorales que, sin mayor mérito, la ruina le proporciona. Un estado de ánimo que explica esa bochornosa tercera posición que los políticos ocupan según el CIS entre los grandes problemas del país. En esas asambleas tipo facultad siempre se disparata pero en lo sustancial, de Sol han salido peticiones tan razonables como un cambio en la ley electoral, unas listas sin imputados y que se acabe con esos privilegios políticos que cantan.

El 15-M ha transmitido quejas que las urnas no podían expresar. Y no lo han hecho como en el Mayo Francés levantando barricadas ni arrancando los baldosines del barrio Latino de París para buscar la playa. Lo han hecho pacíficamente. Puede que haya ingenuidad, ensoñación o idealismo bisoño pero su acción a medio camino entre la spanish revolution y el spanish happening se coló en las portadas de todos los medios de comunicación del mundo sin un solo gesto de violencia. No veo que un movimiento así nos desprestigie fuera, más bien lo contrario.

Es cierto que la acampada de Sol tenía que haber sabido acabar a tiempo para evitar perjuicios mayores a los comerciantes. La habrían levantado probablemente el domingo pasado de no producirse la carga contra los concentrados en Barcelona. Esa acción absurda y desmedida es la prueba de lo nefasto que hubiera sido meter en Sol al Séptimo de Caballería como los halcones reclamaban.

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Debieron evitar también dejarse penetrar por los "perroflautas" que les han parasitado. Se organizó una sociedad horizontal bajo unos toldos y ha terminado pareciendo un poblado chabolista.

Que nadie se engañe, el 15-M no muere en Sol. Está vivo en las redes sociales donde nació y donde mantiene firme el toque de atención. La indignación es ya un arma cargada de futuro.

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