Siamak Pourzand, la penúltima llama de la resistencia iraní
Preso de conciencia, creó el primer sindicato de periodistas
La muerte de Siamak Pourzand (1931-2011) tiene el sabor amargo de la derrota. Harto de luchar contra los abusos del poder, de sobrevivir a décadas de persecución, años de cárcel y un sinfín de torturas, que le llevaron 13 veces al quirófano, el periodista iraní se rindió a los 80 años: una victoria de la abyección del régimen sobre una víctima inerme. Pourzand acabó con su vida el pasado 29 de abril. Un final tristemente liberador para quien había hecho de ella un acto de resistencia.
Hijo de un alto oficial del Ejército de la monarquía, Pourzand cometió su primer acto de rebeldía al escapar de la Academia Militar de Teherán en su tercer año de instrucción. No sabía muy bien por dónde tirar, pero sí que el ordeno y mando sistemático no encajaba en su visión del mundo. Fue una decisión premonitoria, en la que, con los años, abundó a costa de su propia vida y la de quienes le rodeaban, incluida su propia familia.
Las torturas que sufrió en la cárcel le llevaron 13 veces al quirófano
A comienzos de los cincuenta, Pourzand empezó a escribir en un diario de Teherán. Un golpe de Estado patrocinado por Estados Unidos y Gran Bretaña restituyó en 1953 al sah Reza Palevi tras el breve experimento modernizador del nacionalista Mohamad Mossadeq, y Pourzand tuvo que ocultarse por primera vez tras criticar el autoritarismo del soberano y su subordinación a los intereses extranjeros. Paradójicamente, el sah le mandó poco después a Los Ángeles con una beca para estudiar periodismo. Los hagiógrafos reales argumentan que Palevi reconocía así su talento con la pluma; otros, que simplemente quería tenerle lejos. En Estados Unidos se quedó 19 años; una experiencia que le tiñó de sospecha ante sus futuros enemigos.
De vuelta a Irán Pourzand promovió varias asociaciones en pro de la libertad de expresión, así como el primer sindicato de periodistas del país. En junio de 1968 conoció en Teherán a su futura esposa, Mehrangiz, que con el tiempo iba a convertirse en una notoria defensora de los derechos humanos, otra fuente de desgracias para la familia.
1979 fue un año clave en sus vidas: el de la victoria de la revolución de Jomeini y el del comienzo del ostracismo de Pourzand, que se vio obligado a vivir una década de retiro involuntario. Tras la guerra con Irak, en 1988, el régimen abrió un poco la mano y Pourzand retomó parte de su actividad en tareas menores y domesticadas: la edición de una revista médica, escritos de turismo, etcétera. Aparentemente metabolizada su oposición al régimen, fue nombrado gestor del principal centro cultural de Teherán.
Pero en 1999 los estudiantes se alzaron contra el poder, y Pourzand retransmitió esa protesta a radios de todo el mundo. Fue el principio del fin. Un año más tarde, su esposa fue encarcelada por delitos "contra la seguridad del Estado". En prisión se le detectó un cáncer y la presión internacional logró que se le permitiera abandonar Irán para recibir tratamiento en el extranjero, junto a una de las hijas del matrimonio; la otra, también abogada, vivía ya en Canadá.
A Mehrangiz no la dejaron volver nunca a Irán, y Siamak Pourzand emprendió la última década de su vida solo. En noviembre de 2001, bajo el Gobierno de Mohamed Jatamí, fue encarcelado y torturado durante 13 meses. En una de esas confesiones televisivas forzadas, tan ejemplarizantes, Pourzand afirmó ser un espía y servir de enlace entre EE UU y los reformistas iraníes.
En 2002 un tribunal le condenó a 11 años de prisión y Pourzand ingresó en la tenebrosa cárcel de Evin. Un año después le trasladaron a un hospital por las heridas que sus carceleros le habían infligido: tuvo que pasar 13 veces por el quirófano, tal fue la gravedad de las torturas. Una campaña liderada por Amnistía Internacional consiguió que se le conmutara la pena de cárcel por el arresto domiciliario, sometido a vigilancia, con el teléfono intervenido, cada día más disminuido físicamente. Durante ese tiempo, su esposa, hoy profesora de la Universidad de Harvard, hizo todo lo humanamente posible para sacarle de Irán. Pero Siamak se negó, confiando en un final razonable y razonado, de reconciliación nacional. Ni siquiera esa esperanza fue capaz de anclarle a la vida.
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