Juan Carlos, en el recuerdo
Los amigos de Eguillor retratan a un hombre elegante, entrañable, sabio y generoso - El homenaje en Bilbao rememora su talento
Un día de 1979, un amigo del músico y showman Javier Gurrutxaga le habló de un tipo tan original como para atreverse a cruzar Estados Unidos de costa a costa en autobús vestido de cura. El impostado sacerdote era Juan Carlos Eguillor (San Sebastián, 1947-Madrid, 2011), recién terminada su aventura americana y dispuesto a seguir dirigiendo su desbordante creatividad a los dibujos, el cómic, las tiras de humor, o los experimentos con el videoarte todavía en ciernes. Ayer, dos meses después de su fallecimiento en Madrid, su ausencia fue compensada con los recuerdos de sus amigos de Bilbao, reunidos en el homenaje que le tributaron en la Alhóndiga.
Elegante, buen bailarín y educado, le retrató una amiga. Otra voz dijo que era disperso, sabio e inquieto, con un sentido del humor que empezaba por reírse de sí mismo. "Un artista maravilloso; un delirio surrealista", en palabras de Gurrutxaga. Un hombre entrañable, que se paraba a acariciar a los perros que se cruzaban en sus paseos por Bilbao o por el barrio de Malasaña, en Madrid, y que era conocido por el nombre en los cafés y las tiendas cercanas a su casa. Hubo quien rememoró su mirada tierna, escéptica y cruel, al mismo tiempo, capaz de sacar chispas de lo más absurdo de la vida cotidiana. Parecía estar en la luna pero tenía los pies en el suelo, explicó un compañero del internado de Vitoria, el que pasaba de todo a lo largo del curso pero aprobaba todas las asignaturas en junio. Y, siempre, generoso. "Un pequeño titán", concluyó el escritor Bernardo Atxaga.
Cobeaga, Atxaga y Gurrutxaga trazaron el perfil del dibujante e ilustrador
Proyecciones y varios vídeos mostraron sus trabajos más importantes
El guionista y director de cine Borja Cobeaga, sobrino de Eguillor, cumplió el papel de anfitrión de un acto de recuerdo, "nada solemne" para estar a la altura del homenajeado, que detestaba los funerales. Atxaga y Gurrutxaga acompañaron a Cobeaga en la tarea de trazar un perfil que casi todos los asistentes ya conocían de antemano. La música de la cantante italiana Dalida, una de las debilidades de Eguillor, acompañó la proyección de sus trabajos en la revista Euskadi Sioux, Los cuentos de la abuelita que publicó en EL PAIS, los dibujos protagonizados por Mary Aguirre o Max Bilbao, los carteles para el Festival de Cortometrajes de Bilbao y la Aste Nagusia, o los libros que ilustró, sus collages y tantos otros experimentos. Gurrutxaga definió a su amigo, colaborador en tantos proyectos, como "un mezclador de estéticas". A través de los fragmentos de entrevistas de distintas épocas se vio el entusiasmo de Eguillor con las posibilidades que la tecnología ponía en sus manos.
Algunos asistentes contando las más disparatadas anécdotas de Eguillor, aunque ninguna llegó a la altura del viaje con sotana. "Él querría más un descojono que un funeral", aseguró Gurrutxaga. El bastón que utilizó en los últimos años, en un sofá vacío sobre el escenario, fue el símbolo de su ausencia.
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