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Elecciones municipales
Columna
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El silencio de los corderos municipales

Las villas languidecen, pierden carácter, con la única savia de los que dejan las aldeas

Creo que no perdería si apostara a que el balance que harán la noche del próximo domingo los partidos políticos, además de su habitual y legítima argumentación de por qué en realidad ganaron, girará en torno a los resultados en las ciudades. Es decir, la quiniela del 22-M sólo tendrá siete casillas. No sólo es un reduccionismo un tanto zafio, incluso para estos tiempos en los que la penuria política y la periodística se alían para dar por sentado que quienes se presentan son Zapatero y Rajoy, sino algo injusto para los verdaderos implicados en estas elecciones: los vecinos.

El resultado en las ciudades importa menos. No lo vean como un argumento a favor de la teoría del fin de las ideologías, tan falaz como con fuerte pedigrí reaccionario. Incluso recuerdo escucharle a Paco Vázquez que era importante que un gobierno municipal fuese de izquierdas o de derechas, porque no era lo mismo invertir en educación o en servicios sociales -como hacía la izquierda, en la que se incluía- que en otras cosas. Compartiendo plenamente el pensamiento Vázquez, creo que los gobiernos municipales de las ciudades influyen menos en la marcha de las mismas (un caso tradicional fue durante mucho tiempo Vigo), porque las urbes tienen una dinámica propia que compensa la posible inepcia de sus gobernantes y una específica relación de fuerzas entre poder y ciudadanía -a pesar de que el movimiento asociativo ha sido desarbolado generalizadamente- que en parte y en ocasiones sirve de contrapeso.

Lo grave son los casos de las demás poblaciones, prisioneras de políticas conservadoras (no siempre de ideología, sino de actitud). Aquellos lugares cuyo desarrollo depende no de grandes obras que encaucen el potencial de la localidad, sino de la imaginación y del entusiasmo de su gobierno, y en las que un gran paso hacia el progreso es cualquiera que no ahonde en el estancamiento. Las villas, que en la gran minoría de los casos requieren un ordenamiento racional que impida que el urbanismo planeado por el zorro las convierta en un gallinero invivible y sin la personalidad que algún día tuvieron. Y que en la abrumadora mayoría, languidecen, perdiendo carácter, con la única savia, no precisamente nueva, de los que dejan las aldeas cercanas, rendidos a los asaltos de las sucesivas políticas agrarias. Villas que históricamente han tenido dos únicas directrices políticas: poner la mano para lo que caiga de las administraciones de arriba (lo de los 3.000 euros en mano de Baltar no, que fue algo personal o, según Rajoy, "una anécdota") y hacer lo que sea por mantenerse (aquí sí que entra algo más lo de Baltar). Dos líneas de actuación a las que desde hace tiempo se ha sumado la de canalizar el dinero que queda para las empresas propias o creadas ex profeso, como demuestra el casi millón de euros que ha autoadjudicado presuntamente a las suyas el alcalde de O Porriño al año de apañar el bastón de mando. Una práctica que atenta no sólo contra los principios de una sociedad democrática (y quizás también algunos del Código Penal), sino contra esa competitividad y el libre mercado con el que se llenan la boca los correligionarios del apañador.

O los ayuntamientos que ya no tienen más razón de existir que la huída del sistema político de cualquier cosa que signifique afrontar la realidad y el par de puestos de trabajo que supone mantener el consistorio. Ejemplos como el de Oímbra, por poner otro desvelado por este periódico, donde el único sector empresarial con mediano futuro es el de los tanatorios, y la única actividad municipal conocida es falsear el censo para garantizar otros cuatro años de siesta en la gestión y la omertà vecinal. Esos son los sitios en los que se juega mucho más que castigar a Zapatero o darle una oportunidad a Rajoy.

"Es el pueblo quien se esclaviza y suicida cuando, pudiendo escoger entre la servidumbre y la libertad, prefiere cargar con un yugo que causa su daño y le embrutece". La frase es del Discours de la servitude volontaire ou Contr'un [Discurso sobre la servidumbre voluntaria o el Contra uno] de Étienne de La Boétie (1530-1563) que Antón Santamarina, en su intervención en el plenario de la Real Academia Galega del pasado Día das Letras, comparó con la Modesta proposición? el manifiesto de rebeldía del autor homenajeado este año. La Boétie explicaba las razones de esa actitud: "Como les es fácil hacer prosélitos, buscan a 500 o 600 que imiten en ellos la misma táctica que observan en su soberano. Estos 600 tienen bajo sus órdenes a más de 6.000 ahijados, que colocados en los destinos superiores de las provincias, o en la administración de los fondos públicos se dan la mano para su codicia y crueldad; excitándoles al propio tiempo a que hagan todo el mal que puedan, a fin de que se comprometan en tales términos que no les sea posible medrar sino bajo su sombra". A eso Rajoy le llama "anécdota".

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