Madame Sinclair no da crédito
Anne Sinclair no da crédito a las acusaciones contra su marido, Dominique Strauss-Kahn, el socialista que hasta su fogoso episodio en esa pensión de tres mil dólares la noche gobernaba el Fondo Monetario Internacional, conocida ONG dedicada al acoso, derribo y extremaunción de economías puestas a tiro. Sacar a colación crédito y FMI suena redundante, pero estamos en la semana de la nueva hipoteca a cuatro años y entre tanta banalidad apremiada por el mal fario del escrutinio, el apuro de monsieur Dominique, nique, nique, como cantaba sor Sonrisa, añade otra incertidumbre a la cuenta de resultados. En circunstancias normales, el inesperado caudal informativo-pasional de las últimas jornadas debería servir como sucedáneo de la tradicional jornada de reflexión, tal es la contundencia de las señales emitidas. Por ejemplo, madame Sinclair insistiendo en que "hay que ser malpensado para afirmar que Dominique no es de izquierdas". Si consideramos que para los socialistas franceses Strauss-Kahn era el mirlo que iba a destronar al marido de Carla Bruni en la corte de Versalles, o Pirineos acá valoramos los embates de la socialdemocracia oficial y el neofranquismo en ciernes, los puntos cardinales en el atlas de las ideologías se han vuelto a desplazar y nos ha dejado a los más descreídos en los arrabales de Casiopea. La ventaja es que desde allí la perspectiva de lo que se ve venir cobra nuevos matices, también apreciables desde el hoyo. Verbigracia, esos miles de ciudadanos que salieron a la calle para proclamar que un sistema democrático no es igual a una estafa, ni sus representantes deberían actuar según los códigos impuestos por la delincuencia financiera. Una película que en el País Valenciano se masca en tres dimensiones, atendiendo a la magnitud del estropicio y la corrupción convertida en parque natural.
Por supuesto, los analistas de palacio y consultores acreditados se apresuran a amortizar la imprevista movilización o a devaluar su carga amenazante. Para la política de reglamento, tan previsible como desconectada de cuanto excede de sus salones y prebendas, únicamente ha sido un sarpullido de imposible articulación e indeseable continuidad, porque partidos y coaliciones están en otra cosa. Hasta el domingo, cabría añadir. Ante un horizonte de depresión, robo, injusticia, desesperanza, devastación y asalto del espacio público con las catástrofes personales, familiares y generacionales derivadas, ¿qué garito de apuestas fiaría sus activos a una calle no tan inmovilizada como la fosilizada arquitectura institucional y corporativa que sustenta tan creciente desigualdad? Es lógico que en el teatrillo electoral hagan como madame Sinclair y no den crédito. Pero aunque el descontento aún sea mayor que la desesperación, llega un día en que la acumulación de abusos solo conduce hacia una salida. De perdidos, al río.
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