_
_
_
_
Elecciones municipales
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Cantinflear

Todas las elecciones municipales llevan unas elecciones generales dentro. La mayoría de las veces, también incluyen unas autonómicas. Es inevitable en democracia. En cada cita electoral, los partidos políticos no se juegan únicamente el presente. Se disputan, sobre todo, el futuro. Estas elecciones municipales están siendo las elecciones menos municipales de la historia. Si uno está atento a la campaña, pareciera que con mi voto voy a hacer alcalde el próximo domingo al presidente del Gobierno.

Los comicios los ha planteado en estos términos el principal partido de la oposición en España, el PP. Y hay que reconocer que lo está consiguiendo. El asunto se ha puesto de tal manera, que el 22 de mayo, en vez de votar al mandatario que tiene que mantener limpia mi calle, todo indica que tengo que elegir al presidente que va a acabar con la crisis económica en el mundo, cerrar las fronteras a los inmigrantes en Europa y disolver a Bildu en Euskadi.

El PP ha planteado las municipales como un plebiscito a los ocho años de gobierno de Zapatero, y en Andalucía, a las tres décadas de predominio del PSOE en la Junta. Para los líderes del PP, todo lo demás es accesorio. Con la crisis económica y tres frases hechas, Rajoy se ha montado una campaña electoral sin compromiso de interrupción. A la petición de elecciones anticipadas le sigue las municipales, las autonómicas y la petición de nuevo de elecciones anticipadas, con lo que resulta difícil conocer en qué momento del proceso estamos. Con pocos argumentos más, está repartiendo consejerías Javier Arenas. El discurso del PP en Andalucía se sustenta en tres propuestas y media, de las que además ofrece escasas explicaciones. El núcleo argumental se resume en una frase: "El fraude de las ayudas públicas, los ERE, es el mayor escándalo de la democracia". Nunca, con tan poco discurso, se está a punto de conseguir tanto.

Cantinflear es un verbo que figura en el diccionario. Y cantinflada es un sustantivo reconocido por la Real Academia de la Lengua, que también admite otros dos adjetivos con ese mismo origen: cantinflesco y cantinflérico. Cantinflear significa hablar de una manera disparatada e incongruente. Y hacerlo de forma que no se dice nada. Como es obvio, el origen viene de Cantinflas, un personaje de película que popularizó una curiosa forma de expresarse.

Las elecciones municipales están siendo una cantinflada. Se habla mucho, pero se dice poco. Y se hace, además, en demasiados casos de una manera disparatada e incongruente. Me podrán reprochar ustedes que también estoy escribiendo yo mucho para no decir nada nuevo. Puede que sea verdad, pero admitirán que, en esta ocasión, se están diciendo menos cosas que nunca. La crisis está afectando a todo: a la economía, a las ideas y a los programas electorales, cuyas promesas parecen de saldo.

La tiesura de los Ayuntamientos ha llevado a los candidatos a realizar menos ofertas que nunca. Los programas son un compendio de ideas sobrantes de comicios anteriores que fueron quedando en el cajón del olvido. La campaña afronta la recta final sin que tan siquiera haya empezado. Son las municipales en las que menos se ha hablado de la crisis económica de los Ayuntamientos, y de la solución a unas instituciones que corren el riesgo de quebrar. Tampoco se está hablando de las ciudades, cuando discutir el modelo urbanístico que plantea cada opción política resulta indispensable para conocer el futuro económico que lleva aparejado.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Winston Churchill decía que un político se convierte en estadista cuando empieza a pensar en las siguientes generaciones y no en las siguientes elecciones. Esta frase, que lograría la unanimidad de cualquier persona razonable, es lo más alejado que existe de la actualidad política en España. Aquí, en vez de estadistas, tenemos políticos resultadistas. Y, si me apuran, oportunistas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_