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Elecciones municipales
Columna
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Delitos y faltas

Lluís Bassets

La política es un territorio imprevisible y arisco. Nada más normal que los accidentes, cuanto más inimaginables mejor. De ahí que sean de agradecer las políticas previsibles y los políticos templados y con enorme autocontrol. No bastan las dotes puras del economista, del jurista y del estadista. Aun siendo imprescindibles para dar políticos de talla, como los que se necesitan ahora, al final todo termina jugándose sobre el carácter.

Dominique Strauss-Kahn, alabado por sus pares como director general del Fondo Monetario Internacional (FMI) y hasta el sábado por la tarde esperado y temido como candidato a presidente de la República Francesa para 2012, tiene, como mínimo, un problema de carácter que ha terminado con su carrera internacional y ha truncado sus expectativas de suceder a Nicolas Sarkozy en el palacio del Elíseo.

Soplan vientos secos y ardientes para la izquierda moderada, los propios del desierto que se avecina

Esta política tan exigente con el carácter de sus profesionales, y sobre todo con su manifestación pública en forma de comportamientos intachables, es estricta novedad de los tiempos que nos ha tocado vivir. Ahora se conmemoran los 10 años del fallecimiento de François Mitterrand, personaje que no hubiera resistido la trepidación mediática contemporánea. Tampoco la hubiera resistido John Kennedy. Ni muchos más entre los grandes, Roosevelt entre otros. Apenas consiguió vencerla Bill Clinton.

Lo de menos a la hora de enjuiciar el carácter de Strauss-Kahn es la exacta responsabilidad sobre los hechos. La justicia será la que atenderá a este capítulo. No se puede descartar que el director-gerente del FMI fuera víctima de una honey trap, una trampa de miel o de cariño, tal como las tendían los servicios secretos de uno y otro lado en la guerra fría. Tampoco se puede descartar un intento de chantaje por parte de una ocasional relación avisada del provecho que pudiera sacar de pez tan gordo. Ninguna posibilidad exculpa a Strauss-Kahn en la cuestión política central, un sentido de la responsabilidad escaso y un carácter arcaico y obsoleto para la sociedad de la comunicación y de la transparencia, en la que no hay recintos privados para quien ejerce el poder público, que se ve sometido a un escrutinio instantáneo y a una presión vírica insoportables para los estudiantes del plan antiguo.

El resultado de este fallo crucial en el carácter de un hombre, uno solo, es una catástrofe expansiva. Es un revés para el FMI en un momento extremadamente importante en su historia, cuando se enfrenta a los planes de rescate de las deudas soberanas europeas y a la posibilidad de una reestructuración de la deuda griega, y deberá lidiar a la vez con una crisis de dirección. También es un revés para Francia, país que siempre ha procurado contar con una amplia presencia internacional y ahora se quedará únicamente con Pascal Lamy al frente de la Organización Mundial de Comercio, una vez que Jean-Claude Trichet deje el Banco Central Europeo en otoño próximo. Lo es, sin duda, para el socialismo francés, que tenía en DSK su mejor baza, con altas expectativas de vencer a Sarkozy. No lo es, en cambio, para los otros tres aspirantes socialistas, Ségolène Royal, François Hollande y Martine Aubry, la candidata mejor situada ahora, y mucho menos para el propio Sarkozy, el presidente que le nombró para quitárselo de encima.

Es un golpe, en todo caso, para la socialdemocracia, que tenía en Strauss-Kahn a su representante mejor situado internacionalmente y el mejor preparado para recuperar un puesto tan decisivo en la conducción de los asuntos europeos como es la presidencia francesa. En la primavera de 2012, cuando se celebran las elecciones en Francia, termina también la legislatura española, con las expectativas que todos sabemos, de las que vamos a tener un adelanto en las elecciones locales y autonómicas del próximo domingo. Soplan vientos secos y ardientes para la izquierda moderada, los propios del desierto que se avecina.

El golpe es también para la política. Los medios, el espectáculo, la vibración inmediatista de las redes sociales no pueden pedir más. Es su hora. Pero la ciudadanía y la idea de lo que debe ser la política viven días cada vez más difíciles.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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