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Elecciones municipales
Columna
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¿Dónde queda Galicia?

Si usted también se está preguntando por dónde anda Galicia en estos comicios, ya somos dos. Viendo y oyendo a los superlíderes pasear su superliderazgo por el fogar de Breogán, parece que estas municipales tuvieran lugar en algún lugar de un gran país, como canta Duncan Dhu, sin entrar en mayores detalles o especificar mucho más.

Atendiendo al discurso Feijóo, suena como si nos aprestáramos a elegir ayuntamientos en una nación donde nada destacable ha sucedido durante los últimos dos años. Parafraseando a Lois Pereiro, la democracia feijoniana no existe, es un invento de los gallegos en la emigración. La campaña popular opera como una máquina del tiempo. Estamos a vueltas otra vez con el sueldo de los asesores, los coches oficiales y esas novatadas y riñas de internado tan bipartitas. Eso cuando tenemos suerte y los populares no se pierden elucubrando sobre marcianadas como Bildu, o la amenaza inmigrante en un lugar donde el problema reside en que no vienen inmigrantes suficientes.

Hasta que no gane Rajoy la democracia feijoniana carece de las condiciones para obrar el milagro

Rehuyen emplear la que debería constituir su idea fuerza más potente: "Haremos en su ciudad, vila o aldea las maravillas que hemos obrado en la Xunta". Pero tiene toda la pinta que ese mensaje en positivo, o no vende, o no debe ser tan positivo. Se ha optado claramente por el clásico "hay que echar a quien está como sea". El argumento feijoniano no se construye sobre lo bien que evolucionan el paro, el turismo, la educación, la sanidad o los servicios sociales gracias a las brillantes e innovadoras políticas populares. La principal idea fuerza se resumen en que mientras no se desaloje a los socialistas -y a a sus cómplices nacionalistas-, no podrá empezar la magia popular a crear empleo y riqueza. Hasta que Rajoy llegue a La Moncloa, la democracia feijoniana carece de las condiciones para obrar el milagro de la recuperación del PIB.

Siguiendo la campaña de los socialistas, también aparenta que escogemos concejales en un país muy, muy lejano: el reino de Sherk. Allí, mora un ogro muy malo que de día nos "carrexa" para ir a votar y de noche viene a llevarse a los niños del Estado del bienestar en el saco del copago. La política de recortes colectivizados sin otro criterio que cumplir unos porcentajes, más cierta fe medieval para la recuperación en eso que Krugman llama el "hada de la confianza", recuerda tanto a la ejecutada por todos los Gobiernos de Europa, Zapatero incluido, que criticarla frontalmente lleva a acabar hablando mal de uno mismo. Algo que solo le da votos a Berlusconi.

Un debate abierto sobre la situación actual de nuestra economía, los problemas financieros de nuestras administraciones y las políticas implementadas desde San Caetano tendría mucho de mirarse el espejo ¿Por qué no se ha producido la multiplicación del empleo prometida por el remake del concurso eólico, el Xacobeo o las ayudas al automóvil? Por la misma razón que no sucede en el resto de Estado. Porque el crédito no corre y tanta austeridad de la demanda pública no ayuda ¿Por qué Feijóo no ha cumplido sus sonoras promesas de rebajas fiscales? Por la misma razón que Zapatero no pudo mantener las suyas. Porque no cuadra las cuentas.

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Siguiendo la campaña de los nacionalistas, tampoco demuestran mucho interés en repasar estos dos años de restauración popular. Del bipartito ya ni hablamos. Las galiñaescolas, donde se siguen repartiendo mandilones de la China popular, los hospitales de financiación X, o el timo de la estampita que acabó resultando la fusión de las cajas, apenas obtienen menciones obligadas. Ni siquiera el infame decreto de castellanazo desata el ardor dialéctico nacionalista. Del Estado de emergencia nacional en defensa de "a nosa lingua", hemos pasado a gestionar la equidistancia y la rutina bilingüista. El enemigo ya no ronda fuera, habita en el quintacolumnismo que abdica del nirvana monolingüista. Al BNG tampoco le apetece mucho un debate en clave de país. Acaso porque resulta complicado explicar cómo se gobierna en Vigo o en A Coruña con el partido del neoliberal Gobierno central, o cómo se pacta en Madrid con el partido que aquí encarna ese "autoodio" tan nuestro. El sentimiento galleguista no da para repartir tanto amor entre tanta gente. Ni siquiera siendo pequeño, se puede ser Gobierno y oposición al mismo tiempo.

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