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Tribuna:LAS MOSCAS
Tribuna
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Pronto oiréis y comprenderéis

El verano de 1828 fue malo para Franz Schubert; fue un verano triste, extremadamente pobre, y fue el último de su vida. Su cuerpo, con tendencia a la obesidad, de un metro y cincuenta y dos centímetros, hinchado por el alcohol, siempre envuelto en vestimentas más que desaliñadas, castigado por los estragos de los años de sífilis y por el descontrol de hábitos alimenticios, era un cúmulo de dolencias. Su alma también. Sin embargo, aquel último verano la excelencia climatológica todavía fue capaz de provocar cierta reacción de mejora, aunque muy leve, en su maltrecho organismo y el músico aún tiene alguna que otra oportunidad de entregarse a una de las actividades que más placer y calma le han procurado en esta vida: caminar por Viena. Serán los últimos paseos por sus lugares predilectos desde Lichtental (barrio donde nació 31 años atrás) hacia Grinzing. Los espléndidos paisajes que se extienden entre Währing y Döbling ya no volverían a invadir la mirada apasionada del compositor más representativo del movimiento romántico. Y las soleadas praderas y los bosques del Khalenberg quedarían para siempre vacíos de sus torpes paseos. Pero si hay algo peor que un mal verano es el otoño que suele seguirle: en octubre Schubert todavía se trasladó hasta Eisenstdat, donde visitó la tumba de Haydn. Luego, a instancias del médico, fue a vivir a casa de su hermana. Era una vivienda cochambrosa, húmeda y destartalada donde el 19 de noviembre, a las tres de la tarde, murió. En Viena lucía un sol esplendoroso.

Schubert es un superdotado, un maestro y un artista dotado de armonía

Sin embargo, hacía ya casi cinco años que Schubert vivía sumido en una vida espectral. 1823 -a cinco años de su muerte- coincide con una aguda crisis sifilítica de la que aún se repondría tras ser hospitalizado. Su estado de ánimo, siempre variable, se instala ahora en una oscura depresión de la que no se recuperará salvo durante breves y esporádicas temporadas. Y empieza a componer La muerte y la doncella: tras la composición de este cuarteto, Franz Schubert no volvería, ya nunca, a ser el mismo. La muerte y la doncella se basa en un lied que, en 1817, compuso a partir de un poema de Matthias Claudius en el que la muerte invita a una doncella a unas bodas macabras pero fascinantes. "Déjame, todavía soy joven", intenta rechazarla al principio la muchacha. "Dame la mano, pura y dulce criatura, soy amigo y no te dañaré. Alégrate, no soy cruel y dormirás suavemente en mis brazos". Tras la composición de este cuarteto, Schubert quedó atrapado en un tema y un ámbito al que ya había dedicado varias obras: la muerte. La ve como "una fuerza misteriosa, subyugante, que nos conduce a una vida nueva". No hay que decirle no, hay que acudir a su llamada, emprender el largo viaje hacia su encuentro. Viaje en torno al que girará su última y quizá más grande obra: Un viaje de invierno.

Durante los últimos años de su vida, el Schubert "esponjita" (como le apodaban sus amigos en alusión a su escasa estatura y a su adicción a la bebida), tímido, bohemio, de inspiración repentina y ejecución rápida y brillante; el Schubert afable y delicado, creador del lied moderno al lograr fundir melodía y texto en una unidad formal, el Schubert que centraba las schubertiadas, reuniones a las que acudían escritores, poetas, comerciantes, músicos... (el poeta Von Schober, el pianista Joseph Wahn, el crítico de arte Bruchmann, el pintor Dietrich...), que fracasaba una y otra vez en sus intentos teatrales y editoriales, que se enamoraba de Teresa Grobb y prolongaba sus sufrimientos en un noviazgo imposible; el Schubert que pretendría ser "cantor del amor" ("quería cantar al amor, y mi canto resultaba doloroso / Quería cantar al dolor / y mi canción nacía impregnada de amor"...) y compone al margen de las influencias de los grandes maestros de su tiempo (Ludwing Sporth, Paganini, Karl Czerny, Rossini, Carl M. von Weber) da paso, desde 1823, a otro Schubert taciturno pero genial. El primero recogía la herencia de Mozart, Haydn y Beethoven; el segundo iniciaba el camino de Schumann, Mendelsshon e incluso del primer Brahms. El Schubert primero compone, inicialmente, "música de circunstancias", necesita un pretexto para componer y aun cuando lleva compuestos más de 300 lieder tiene dificultades para considerarse un creador. El otro Schubert sabe ya que está "en el mundo para componer" y sabe cuánto esto significa. Entre uno y otro ha ocurrido lo inevitable: La muerte y la doncella. El piano del primer Schubert se limita a acompañar el texto del lied; el del segundo lograr fusionar texto y melodía en unidad formal. Antes de La muerte y la doncella, Schubert es un superdotado, un maestro, un artista dotado de un increíble sentido de la armonía y de la medida. A partir de La muerte y la doncella se ha alejado de la música colorista y, aunque su presencia física lo desmienta, de las schubertiadas. También -mentira parece, y sacrilegio- de Viena. Viena le ve, por sus calles, por sus bosques, por sus tabernas, deambulando como un aparecido a punto de anunciar al mundo el verdadero nombre de Dios o el camino más directo a los infiernos. Viena le ve, pero los ojos de "esponjita" no ven nada, son dos zarzas ardiendo en un rostro vacío. Feo de veras, era obeso, y los excesos etílicos se tradujeron en un dilatado estómago. Torpe de movimientos, el descuido y el desaseo uniformaron una vestimenta impresentable. Pero ya no le importa su fealdad. De labios demasiado gruesos, lo más agraciado de su físico era su cabello rizoso, aunque siempre lució sucio. No obstante, ya no se recuerda feo. En realidad, ya no se recuerda. De ahí que le sorprendan las observaciones de los amigos acerca de su mal aspecto, y no comprende por qué le recriminan su mutismo de meses ni a qué se refieren cuando le hablan de su expresión de alma en pena. El proceso de interiorización iniciado a partir de La muerta y la doncella le arrastró a un viaje invisible para los demás y que lo hace avanzar por parajes para él fríos, gélidos y oscuros, un viaje a un invierno que aún no ha helado Viena, pero sí su alma, cuyo sentir traduce el enamorado de los poemas de Wilhelm Müller, en los que "esponjita" ha basado su obra final, el enamorado no correspondido, va en busca de la muerte. "Llegué como un extraño, como un extraño me marcho". ¿Puede responder con estos versos a las preguntas de los amigos, preocupados por esos estados de ánimo tan largamente depresivos. ¿Qué es un estado de ánimo después de La muerte y la doncella?, ¿qué es un estado de ánimo en el corazón del frío al que se llega al final de Un viaje de invierno?, podría preguntarles. De ahí que les respondiera: "Pronto oiréis y comprenderéis".

Y él ya no estaba allí.

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