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Elecciones municipales
Columna
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Oh, no, elecciones

Si le parece que nuestros esforzados políticos y usted tienen las mismas ganas de campaña y urnas, sepa que acierta. La coincidencia es total: ellos también tienen pocas, o ninguna. A nosotros nos viene mal que nos interrumpan la programación con interminables spots, o nos deslumbren con tantas sonrisas colgadas de las farolas. A ellos tampoco les viene bien asaltarnos por la calle mientras intentan colarnos sus folletos camuflados bajo cualquiera de sus identidades secretas: obrero con casco, comprador de fruta o atleta urbano; lo que toque.

Serán unas elecciones municipales, pero han ido tomando forma de generales. Los populares piden un voto de castigo a Zapatero. Los socialistas piden votos para frenar a la derecha. Los demás se quejan, del tiempo, del bipartidismo, de la polarización, de los debates... El elector asiste desconcertado a un espectáculo donde unos le animan a castigar a alguien que ya ha anunciado que se va, mientras los otros le solicitan el voto para parar a alguien que viene, pero sin decirle quién será el candidato que le detendrá. Por mucho que nos insistan en que son una primera vuelta de las generales, lo que vemos es que solo sabemos un candidato: Rajoy; y así no tiene gracia.

Estos comicios son una complicación para la vida regalada de un presidente confortablemente instalado

En la paz de la democracia feijoniana, esta campaña suena a viejo. Los populares siguen pidiendo caña contra Zapatero, los socialistas llaman a bloquear a la derecha de la derecha y los nacionalistas rescatan un clásico: "PSOE, PP, a mesma merda é". Pero ya nos pidieron el voto en las gallegas para castigar a Zapatero. Y se nos ha hecho algo tarde para parar a la derecha que ya controla la Xunta.

A Feijóo no le compensan estos comicios. Suponen una complicación para la vida regalada de un presidente confortablemente instalado, ejerciendo de comentarista incisivo de una realidad donde si algo falla, o es culpa del bipartito, Zapatero o Blanco, o no es de su competencia; por este orden. En tiempos de crisis, gobernar es dar malas noticias a todos y todo el día. Esa austeridad que tan bien suena desde la tribuna del Parlamento, pierde mucho en el fragor de los mítines. La lista de cosas que prometió hacer y no hizo sale mucho más larga que la relación de promesas efectivamente cumplidas. Con semejante bagaje, resulta poco estimulante afrontar unas elecciones donde la diferencia entre éxito y fracaso no reside en salir el más votado, sino que pasa por recuperar el Gobierno de alguna ciudad y las Diputaciones bipartitas. De ahí que sus esfuerzos se hayan dirigido más a buscar audis, familiares y asesores de los demás, que a detallar los éxitos de su gestión. La democracia feijoniana puede vivir en la noche electoral la cruel paradoja de ganar, pero no gobernar. Y eso en Madrid no lo van a entender bien.

A los socialistas les viene aún peor esta convocatoria electoral. Tras pagar la factura de Zapatero perdiendo Monte Pío, ahora se exponen a abonar un extra con parte de su notable poder municipal. Un riesgo muy inconveniente para la actual hoja de ruta del socialismo gallego. Claramente dibujada por una estrategia de desgaste y acoso a la democracia feijoniana donde, si siguen así, acabarán por ofrecerles promociones 2x1 en los juzgados: por cada denuncia interpuesta, les regalarán otra. El desembarco de la gran esperanza blanca que ha de venir a salvarles precisa retener, como sea, el apoyo logístico que aportan ciudades y Diputaciones a la batalla por la Xunta.

A los nacionalistas tampoco se les ve cómodos. La actual dirección del BNG se maneja bastante mejor en las dinámicas de movilización y protesta que en la competencia electoral. Tampoco las municipales conforman un terreno históricamente propicio. El nacionalismo afronta un 22-M que podría confirmar una contradicción estructural: si en Compostela hay un Gobierno de derechas y enemigo de lo gallego, en Madrid hay un Gobierno de falsa izquierda entregado al neoliberalismo y el discurso del BNG estás más clarificado que nunca, ¿cómo es posible que las encuestas auguren que su mejor resultado será mantener lo obtenido por Quintana en 2009?

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