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Elecciones municipales y autonómicas | La campaña electoral
Columna
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El campo de juego

Nunca se subrayará bastante la importancia del campo de juego, también en el ámbito de la política o en el específico de las elecciones.

La convocatoria a las urnas del 22 de mayo es para decidir entre las candidaturas que compiten por el gobierno de los municipios y las comunidades autónomas, excepto las de Cataluña, País Vasco, Galicia y Andalucía. Era por tanto la ocasión de que se midieran sus ejecutorias, sus propuestas, sus equipos.

Pero el Partido Popular ha elegido otro campo de juego. Solo quiere hablar de Zapatero; presentar una moción de censura a su gestión; hacerle responsable de la crisis; cargar sobre sus espaldas la responsabilidad íntegra de haber dejado sin empleo a todos y cada uno de los parados; reprocharle su falta de credibilidad; y atribuirle de modo acusatorio la sentencia del Tribunal Constitucional sobre las listas de Bildu en el País Vasco.

El PP solo quiere hablar de Zapatero, censurar su gestión y atribuirle la sentencia sobre Bildu
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En resumen, desde todos los estrados de todos los mítines el grito de "Zapatero es culpable" es el lema preferido de la campaña del PP. Bajo esa humareda estruendosa, lograda con gran aparato eléctrico, despliegue gráfico, potencia megafónica y orquestación mediática, eluden presentar cuentas de su mandato, quienes aspiran a seguir de alcaldes o presidentes, y se zafan de hacer propuestas los aspirantes, que intentan desplazar de las poltronas del poder municipal o autonómico a los socialistas hasta ahora ejercientes. Da lo mismo que las ciudades o autonomías que han tenido Gobiernos del PP sean las más endeudadas, las más faraónicas, las más reclamadas por excesos ante los tribunales, todo pasa como un rayo de sol por el cristal sin romperlo ni mancharlo, conforme aprendimos en el catecismo Ripalda.

Además, por mucho que bajo los Gobiernos socialistas del presidente Zapatero se haya logrado situar a la banda terrorista ETA en el nivel operativo más bajo desde hace 50 años; que se haya detenido a la cúpula dirigente y a quienes se han sucedido en la estructura de mando; que el número de etarras puestos a disposición de la Justicia hasta el mes de abril haya alcanzado la cifra de 691; que la tregua no disminuyera su flujo; parece que nada computa. Ahí sigue, impugnando esa tarea, Jaime Mayor Oreja, dispuesto a interpretar todos esos datos en términos de pacto subrepticio de Zapatero con la banda, bajo el supuesto de que comparte sus objetivos.

Contra su particular detector de intenciones ocultas de nada sirven los hechos porque, como ya nos previno Marcel Proust, hay convicciones que crean evidencias. Así la sentencia del Tribunal Constitucional sobre Bildu se hace derivar del Gobierno, sin respeto institucional alguno, se aduce para confirmar las peores sospechas y se ofrece faisán de plato único.

Reaparece José María Aznar, el negociador con el Movimiento Vasco de Liberación Nacional, para acusar y exigir; para dudar del compromiso del Gobierno en la lucha antiterrorista; para apropiársela en exclusiva con toda desvergüenza. Y no está solo, porque le secundan la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal; el vicesecretario, Esteban González Pons; la portavoz parlamentaria, Soraya Sáenz de Santamaría; y la presidenta del partido en Madrid, Esperanza Aguirre. En solitario queda Antonio Basagoiti, presidente del PP del País Vasco, para asegurar que nunca romperá el pacto con el lehendakari socialista, Patxi López, y declarar que la amenaza de sacrificarlo vendría de los entendimientos de Zapatero con el líder del PNV, Urkullu. Eso sí, después de tildar a ambos de "conseguidores" de la sentencia del Constitucional.

Así está el campo de juego acotado por el PP para celebrar la contienda. El PSOE parece resignado a aceptarlo. Bastaba escuchar el viernes en León al secretario general socialista, empeñado en batirse a distancia con Mariano Rajoy. De modo que la presencia de los líderes nacionales, que en este momento están fuera del escrutinio, solo está sirviendo para tergiversar la campaña, encubrir los asuntos en juego, ningunear el protagonismo de los candidatos, desorientar a los electores, facilitar el escape impune de los corruptos, escamotear los debates cuerpo a cuerpo en televisión, multiplicar las ruedas de prensa sin preguntas y reducir el papel de los periodistas al de figurantes de la muy cuidada escenografía. "Y el pueblo, todo contento/ de ver tanta maravilla", según concluye el romance de Felipe Mellizo. Continuará.

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