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Hegemonía o liderazgo: ¿cómo usará Alemania su poder?

Antón Costas

Alemania emerge de esta crisis con un nuevo poder financiero que se viene a sumar a su ya reconocido papel como potencia central dentro de la UE y de la zona euro. El llamado eje franco-germano enmascara un poco esta nueva realidad, pero el hecho cierto es que Alemania manda.

La cuestión relevante es, sin embargo, ver cómo usará ese poder para gobernar el problema de la crisis de la deuda soberana de la UEM. De cómo lo haga dependerá el futuro del euro, de la UE y de la propia Alemania. Si falla en elegir el rol adecuado, al despertar de su error se puede encontrar que ha perdido la eurozona.

Antes de buscar una respuesta a esa cuestión es importante entender bien de dónde surge este nuevo financiero.

El Gobierno de la canciller Angela Merkel duda sobre qué camino escoger

No viene de su fortaleza económica y exportadora, como podría pensarse. Emerge del hecho de que, en medio de la crisis financiera, es el socio que tiene la mejor calidad crediticia. Esto le da un gran poder, al menos temporalmente, como prestamista de última instancia. En un momento en que el acceso a los mercados de deuda está cerrado o su coste es inasumible para algunos países, estos miran hacia Alemania buscando el apoyo de su poder crediticio. Pero el que presta manda.

Volvamos ahora a la cuestión que nos ocupa: ¿cómo usará Alemania ese nuevo poder financiero?

Es posible concebir dos usos posibles. Uno, mediante un ejercicio de hegemonía que, basándose en la aplicación de la ley del más fuerte, mire solo sus intereses a corto plazo. Otro, a través de un liderazgo responsable que, sin dejar de tomar en consideración los intereses propios, deje espacio a conceptos como el deber y la obligación del líder, las convicciones morales o la responsabilidad histórica. De ese ejercicio surgió en el pasado la Pax romana, la Pax británica o la Pax americana. Pero para ello hay que asumir los costes que lleva aparejado el liderazgo.

Por lo visto hasta ahora, y desde que se desató la crisis de la deuda soberana griega en la primavera del año pasado, que fue el momento en que se visualizó ese nuevo poder, el Gobierno de la canciller Angela Merkel duda sobre qué camino escoger.

Por un lado, ha hecho un uso hegemónico de su poder, zarandeando sin miramientos y retorciendo el brazo a los países de la eurozona en apuros, tratando de dejar a buen recaudo los intereses alemanes, tanto de sus bancos como de sus contribuyentes.

Por otro, ha dado pasos importantes hacia una solución integradora de la crisis. En la cumbre europea del 24 y 25 de marzo pasado ha apoyado la constitución y funcionamiento, a partir de junio de 2013, de un fondo monetario europeo para intervenir en situaciones de emergencia y evitar quiebras innecesarias de países. Tampoco parece querer imponer a un alemán como sustituto de Jean-ClaudeTrichet al frente del Banco Central Europeo. Pasos importantes, contrarrestados por su resistencia a flexibilizar los mecanismos de ayuda a Grecia, Irlanda y Portugal.

De ahí que los otros miembros de la UE se pregunten cuál es la visión de Alemania sobre el futuro de la eurozona y cómo finalmente utilizará su nuevo poder financiero.

El análisis económico no nos ofrece mucha ayuda para tratar de predecir cuándo el miembro preeminente de una unión ejercerá la hegemonía o el liderazgo. Podemos recurrir, sin embargo, a los estudios de algunos reputados historiadores financieros como es el caso de Charles P. Kindleberger, que en algunos de sus trabajos se ha planteado esta cuestión. Esos análisis aportan dos tipos de respuestas.

La primera es una respuesta realista. Sostiene que lo que determina la actuación de los Estados es la búsqueda de su propio interés, y más en una unión donde los Estados nacionales conservan una gran parte de su soberanía, como es el caso de la UE. En ese caso, es improbable que algún país -al menos a corto plazo- tenga interés en actuar como líder solidario, asumiendo el esfuerzo de estabilizar la economía de la unión con los costes que eso comporta.

Alemania parece haber optado en esta primera fase de la crisis de la deuda soberana por un ejercicio de hegemonía en el que domina la búsqueda de sus propios intereses a corto plazo. Ha hecho, eso sí, lo necesario para mantener a flote el euro, pero no ha movido un dedo para salir al rescate de los países con problemas.

Una de las consecuencias más visibles de esta forma de ejercer su nuevo poder ha sido la debilitación de las instituciones comunitarias y la retirada de apoyo a avances supranacionales. Por el contrario, ha fortalecido su propio papel como principal actor de las relaciones con Rusia, Asia, Latinoamérica o EE UU.

La segunda respuesta es más optimista, tal vez romántica, pero en cualquier caso es una posible respuesta institucional. Sostiene que los regímenes internacionales y las uniones económicas que han surgido en la posguerra del siglo XX son capaces de producir suficiente inercia cooperativa interna como para forzar a sus miembros a un liderazgo cooperativo orientado al interés general.

Esta solución se puede ver reforzada si los alemanes toman conciencia de dos hechos. Por un lado, de sus intereses económicos a largo plazo. Para ello, alguien debe explicarles que han sido y siguen siendo los grandes beneficiados del euro. Por otro lado, del hecho de que siempre que ha caminado sola ha ido al desastre.

No hay que descartar, por tanto, que después de una primera reacción instintiva y hegemónica, Alemania se oriente, o se vea forzada, a hacer un uso responsable y cooperativo de su poder. Si es así, veremos llegar un periodo de Pax germana, similar a la vieja Pax romana. Pero esto requiere asumir el coste de ser líder. Ese es el reto actual de Alemania.

Antón Costas Comesaña es catedrático de Política Económica en la Universidad de Barcelona.

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