La abadía de los crímenes
Narrativa. Gómez Rufo es un narrador que nos tiene muy acostumbrados a sus cambios de registro, y aunque en el género histórico ya había probado fortuna, ahora vuelve a insistir yéndose al siglo XIII, a tierras de la Corona de Aragón, a las puertas de la conquista de Mallorca, creando una pareja de investigadores verdaderamente singular: el mismo rey Jaime I y una monja navarra, deslenguada, lista como el hambre, que hace autopsias medievales con más seguridad que una forense de serie norteamericana. Una novela histórica, si no se es un maestro indiscutible en el género, y el común de los mortales no lo es, suele adolecer de excesiva pasividad, de que el acarreo de documentación espesa en demasía el paisaje trazado, y esto ocurre en esta novela, en principio: algunos de los personajes son algo estereotipados, un relleno que aporta poco, en todo caso distraer de la acción principal: una excesiva, diabólica y nacionalista conjura con unos desmesurados asesinatos, que reúnen todos los tópicos del género medieval y conventual y una coda un tanto chirriante: el perro, buen mastín, sí, señor. Pero frente a estas convenciones, la novela -muy, muy entretenida, se deja leer estupendamente; hay mucho oficio en esas páginas- se sostiene por el acierto de la pareja singular: el rey y la monja sabuesa. Sólo por verlos esclarecer la verdad merecen la pena los otros desmayos narrativos que los tiene, el relato. Las motivaciones históricas y nacionalistas de los crímenes me parecen -a uno que es aragonés de nacimiento- una broma fácil, evitable acaso, pero al final original. También se mata por eso.
La abadía de los crímenes
Antonio Gómez Rufo
Planeta. Barcelona, 2011
390 páginas. 21,50 euros
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