Los sondeos apuntan a un triunfo del 'no' a la reforma electoral británica
Reino Unido celebra mañana un referéndum y elecciones locales y autonómicas
Justo un año después de las elecciones generales que llevaron a David Cameron al poder, los británicos se reencuentran el jueves con las urnas. El primer jueves de mayo es tradicionalmente una fecha electoral: ese día se suelen celebrar elecciones municipales en una buena parte del país, aunque no se vota en todos los municipios. Este año, las elecciones locales tienen un interés menor: no se vota ni en Londres ni otras grandes ciudades, pero servirán para dar un fuerte voto de castigo al Gobierno por sus políticas de ajuste y en especial a los liberales-demócratas por haberse aliado con los conservadores.
Este año se renuevan también los parlamentos autonómos de Escocia, Gales e Irlanda del Norte. En Gales, que estrena nuevos poderes autonómicos, los laboristas aspiran a recuperar el Gobierno en solitario, que ahora comparten con los nacionalistas del Playd Cymru. En Irlanda del Norte, sin conflictos concretos que enfrenten a las dos comunidades, no se esperan grandes cambios.
Irlanda del Norte, Escocia y Gales renuevan sus parlamentos
Las encuestas prevén un fuerte voto de castigo al Gobierno
Las elecciones tienen mayor interés en Escocia. Tradicional bastión laborista, el declive del partido en la etapa final de Tony Blair permitió a los independentistas del Partido Nacional Escocés (SNP) hacerse con un ajustado triunfo y formar un Gobierno minoritario liderado por el carismático Alex Salmond. La crisis financiera, que ha arrasado dos de los modelos invocados por el SNP para defender la viabilidad de la independencia (Islandia e Irlanda) ha enfriado el debate independentista.
En esas circunstancias, y con los laboristas en mejor situación en el conjunto del país ahora que en 2007, se esperaba un retorno del laborismo al poder en Escocia a costa del hundimiento de los liberales-demócratas, que pueden perder la mitad de sus votos.
Pero los sondeos indican que es el SNP el que se lleva los votos liberales. Las últimas encuestas atribuyen un 42% de los votos a los independentistas (casi nueve puntos más que en 2007), 34% a los laboristas (casi dos arriba), 12% a los tories (4,6 abajo) y 7% a los liberales-demócratas (nueve puntos menos que hace cuatro años).
Aunque los laboristas parecen tener mejores perspectivas en los escaños que se atribuyen de forma proporcional con listas de partidos, parece que Alex Salmond saldrá reforzado de las urnas.
Pero por apasionante que pueda ser el mapa político escocés, el plato fuerte del jueves es el referéndum sobre la reforma del sistema electoral de Westminster. Todas las encuestas apuntan a un cómodo triunfo del no. Es decir, a favor de mantener el actual sistema "el primero que llega, gana", que otorga el escaño al candidato más votado en cada circunscripción aunque no tenga la mayoría.
Es un sistema que funcionaba muy bien en el pasado, cuando más del 90% de los votos iban a los dos grandes partidos. Los británicos se limitaban a decidir a cuál de ellos, laboristas o conservadores, le correspondía formar gobierno.
Pero el sistema no funciona con la actual fragmentación del voto. Y no funciona porque otorga mayorías absolutas con un muy bajo porcentaje del voto; penaliza severamente a partidos como el liberal-demócrata, con un voto muy fragmentado geográficamente que le da muchas medallas de plata pero muy pocos escaños: en las últimas generales obtuvo el 25% de los votos pero solo el 10% de los escaños.
El sistema parte brutalmente el parlamento entre Norte laborista y Sur conservador cuando en realidad el voto es bastante más fragmentado. Permite que 433 de los actuales 650 diputados hayan sido elegidos sin la mayoría absoluta de los votos: es decir, tendrían que haber ido a una arriesgada segunda vuelta en un sistema electoral como el francés. Y, al mismo tiempo, hace que cientos de diputados sepan que van a ser elegidos porque la competencia entre los demás hace imposible que ningún rival les supere.
Pese a todos estos defectos, los británicos parecen dispuestos a descartar la introducción del llamado Voto Alternativo. Utilizado con éxito en Australia desde hace un siglo, permite a los votantes ordenar a los candidatos de acuerdo con su preferencia. Si ninguno obtiene la mayoría, se van teniendo en cuenta las preferencias de los candidatos eliminados hasta que alguien obtiene la mayoría.
El rechazo a la reforma del sistema electoral se explica por varias razones: la casi genética resistencia de los británicos al cambio; el empeño de la izquierda en castigar a los liberales por aliarse con los conservadores; el rechazo de los tories a un sistema que puede favorecer la formación de coaliciones y dar paso a una mayoría natural de izquierdas laborista-liberal; la resistencia de un amplísimo sector del laborismo a perder un sistema que les favorece en muchas circunscripciones del norte del país; el rechazo a un sistema más complicado y, quizás, más caro que el actual; y la extendida creencia de que Reino Unido funciona mejor con gobiernos mayoritarios que con gobiernos minoritarios o coaliciones, que consideran más propios de los países de la Europa continental.
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