Vísperas palestinas
La primavera árabe no deja rincón sin barrer. Ahora alcanza a los territorios palestinos. Fatah y Hamás, los hermanos peleados a muerte, han decidido hacer las paces, tal como les exigían los jóvenes palestinos, ellos también movilizados en las calles y en las redes sociales como los egipcios, tunecinos, sirios o yemeníes. La decisión de los dirigentes de las dos ramas divorciadas del nacionalismo palestino no tiene que ver únicamente con las exigencias de las jóvenes generaciones, tantas veces desatendidas. El viento de libertad sopla también en las calles de Ramala y de la franja, pero cuenta ante todo el desplazamiento de poder que se está produciendo en todo el mundo árabe, donde han sido derrotados los aliados más fieles de Washington y se abren nuevos espacios de influencia para las distintas ramas de los Hermanos Musulmanes, para el islamismo moderado turco e incluso para el magnetismo que sigue ejerciendo el fundamentalismo de los ayatolás iraníes, sobre todo en los países con población chiita.
Las revueltas árabes significan la apertura de un mercado político después de la época de bloqueo y autarquía. Será feroz y despiadada la competencia entre las distintas tendencias, y lo mejor que cabe esperar es que se produzca de acuerdo a las reglas que sirven para conformar sociedades abiertas y plurales. Aunque es de desear que las corrientes laicistas jueguen un buen papel, a nadie se le escapa el lugar central que ocupará un islamismo probablemente más templado que el que ha combatido desde la clandestinidad a los regímenes autocráticos, tentado con frecuencia por el extremismo y la violencia.
Este cuadro de indeterminación es el que explica la reconciliación palestina. Tiene toda la lógica que estén inquietos los partidarios del inmovilismo, como es el caso de la derecha israelí. No gusta la caída de enemigos feroces y previsibles como Bachar el Asad. Tampoco que los palestinos se presenten unidos ante la comunidad internacional para exigir el reconocimiento de un Estado propio. No era posible hacer la paz cuando estaban divididos, y ahora Netanyahu no quiere hacer la paz porque están unidos con Hamás, un grupo terrorista que quiere destruir a Israel.
Hamás puede salir de la zona de influencia iraní y regresar a la matriz egipcia de los Hermanos Musulmanes. Pero Netanyahu prefiere ver esta partida como el retroceso de Obama ante los ayatolás, a los que declara vencedores del cambio político en el mundo árabe y musulmán. Por eso todo son preparativos para una tercera Intifada, quizás en otoño, cuando los palestinos vean impedidos sus esfuerzos por crear el Estado propio, ya sea en Naciones Unidas por un éxito diplomático israelí ahora improbable o sobre el terreno en caso de que la Asamblea General dé luz verde a esa Palestina todavía nonata.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.