Defendiendo a Mourinho, aún
Recelo de los simpáticos, especialmente si hay un micrófono de por medio. Prefiero al huraño que, cuando se retira de los focos, suele sorprender con un carácter entrañable. Estoy en franca minoría, lo sé. Al público le gusta oír lo que quiere oír, mas me preocupa que el periodista se deje engatusar por las apariencias o los colores. Viene esto a cuento por la mala prensa, española especialmente, del entrenador del Madrid, José Mourinho, y la buena, ganada a pulso, de Pep Guardiola, el del Barcelona.
Vaya por delante que, aunque a veces algunos comentarios me hacen dudar, juraría que el fútbol no lo inventó Guardiola, incluso que su exquisito estilo de interpretar este deporte no es el único modo de dar un buen espectáculo. Si así fuera, tendría que renegar del Milan de Baresi, del Atleti de Luis o de la Real Sociedad de Ormaetxea, por citar unos equipos que me levantaron del sofá.
Pero al calor de los clásicos se van formando verdades absolutas de cosas circunstanciales, como la posesión del balón o la frescura del césped. ¿De qué vale una posesión del 70% del Barça si no disparó a puerta ni una vez en 45 minutos de Copa? La posesión es valiosa si el otro pelea por ella.
Desgraciada o afortunadamente, el deporte genera hermosas leyendas a costa de la realidad. Pelé, lo siento, no metió un gol desde el centro del campo. Javier Clemente, otro gran huraño, no fue aquel entrenador que nunca ponía a Sarabia, sino el único que le alineó con asiduidad. Y, ya puestos, habría que recordar las críticas que le llovían por regar el campo, manía que, si la ejerce Guardiola, se convierte en agua bendita.
A veces me aburro, sí, con los equipos de Mourinho, de Benítez o del educado Wenger (menos educado, ¡oh casualidad!, desde que pierde a todo), pero también con el de Guardiola. Si se castigara el pase atrás, como en el baloncesto o el balonmano, tendría problemas para mantener su estilo. Obviamente, como excelente técnico que es, se buscaría la vida y aportaría soluciones estratégicas para favorecer a su equipo y perjudicar al contrario. Lo mismo que intenta Mourinho, que, tras el 5-0 en el Camp Nou (donde su valiente planteamiento no recibió elogio alguno), se inculpó de la goleada. Efectivamente, le jugó al Barca de tú a tú. Peor aún: mientras los azulgrana defienden todos, Mourinho les dio bula a Cristiano y Benzema. En el clásico I (1-1), Mourinho puso a los 11 a trabajar y, aun así, apenas pudieron hacer algo más que defenderse. Le salvó la racanería del Barca, dedicado a mover el balón hacia atrás cuando tenía al Madrid muerto y con uno menos. La única crítica a ese conservadurismo partió de Guardiola. Un empate tan importante psicológicamente como ese (dio alas al Madrid para ganar lo único que podía ganar, el clásico II, la Copa) fue hundido por las críticas de su misma casa, de Di Stéfano a De la Red, olvidando épocas de soberana mediocridad del club, como la de Boskov y sus garcías.
El Madrid de Mourinho no es mediocre. A rachas es brillante, muchas veces corajudo y protestón y en ocasiones hasta barriobajero. Pero ninguna de esas características las ha traído el portugués. Está en los genes del club blanco. ¿Nos hemos olvidado de los hachazos de Benito o los apretones que le daban a Juanito? Ni Mou es el diablo ni Guardiola Dios. El Madrid tiene la mejor plantilla, pero el Barca el mejor once. El Mourinho que se enroca con 11 avasalla y le mete seis al tercero de la Liga. ¿Es Mourinho defensivo? Solo cuando se sabe inferior. ¿Es el Barca ofensivo? Cuando le conviene. Huyamos de los fundamentalismos, que no son solo políticos o religiosos. Si tenemos a los dos mejores equipos del mundo, ¿por qué disfrutar de uno solo?
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