Fácil
La actual crisis busca metáforas para contarse bien. Los fusilamientos del tres de mayo de Goya o el Guernica de Picasso fueron imagen de sus tiempos particulares. Hoy se buscan pintores para las pantallas múltiples. La retirada forzosa de los mendigos de las calles de Madrid podría ser argumento berlanguiano. En un tiempo donde la gente tiene difícil hacerse con una vivienda o incluso se le despoja de la suya, la iniciativa del poder es imponer techo a quien lo desprecia. Calmar la conciencia es un sedante necesario, aunque sea de modo simbólico, y más cuando la globalidad informativa nos pinta un niño desnutrido en la puerta de nuestra nevera.
Otra aportación a esta simbología es la que lleva a los más exitosos empresarios a escenificar su impunidad. Telefónica, al anunciar los futuros recortes de la plantilla española y la prima millonaria a directivos, se lo pone demasiado fácil a los medios de comunicación, que afilan la guillotina buscando voluntarios que presten el cuello para saciar la creciente sed de culpables de esto que nos está pasando. Pero desconfiemos de lo fácil. Al fin y al cabo, las empresas de medios son un ejemplo de cómo reducir, precarizar y externalizar plantilla no impide aumentar las nóminas de sus directivos. Y las cadenas de televisión han desprestigiado su contenido para multiplicar las bonificaciones en Bolsa de sus jefes de antena. Es más fácil limpiar la casa del vecino que barrer la propia.
Los llamamientos al ¡Indignaos! aventuran un enorme vacío populista, carente de propuestas que no sean anímicas. También los fascistas, hasta finlandeses, se agarran a la indignación para sumar votos. Lo peor del anuncio de Telefónica es el mensaje que envía a los países emergentes donde entra de mano amiga privatizadora, como hizo en España en la década donde lo público era un asco frente a la brillante caradura del compañero de pupitre. Cuando haya problemas, parecen decir, no cuentes con nosotros. Pero la falta de identificación del capital con los problemas laborales de la población es ya un clásico de política económica desde hace más de 150 años. Por eso, el mismo autocontrol que los medios tienen que exigirse no estaría de más que se lo aplicaran los grandes ejecutivos para evitar derramamientos de tinta.
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