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Reportaje:

"¿Y ahora quién repara los daños?"

El entorno de Ibarra, entre la satisfacción y la rabia contenida tras la sentencia

El País

En el entorno de Juan Ramón Ibarra se mezclan desde el viernes dos sensaciones contrapuestas. De un lado, el alivio y la satisfacción por el fallo que absuelve a este cualificado funcionario de la Hacienda foral vizcaína; de otro, también en el mismo sector, la rabia contenida por "el sufrimiento acumulado" y, especialmente, por "el olvido y el desprecio" sufridos durante estos "interminables", asegura uno de sus amigos, "ocho años de juicios callejeros y periodísticos".

Y en el fondo, en ese acotado círculo de máxima confianza de Ibarra, el mismo que durante mes y medio de vista oral ha mostrado desde los bancos del público su adhesión al entonces imputado, surge una pregunta: "Y ahora, ¿quién se hace cargo de todos los daños económicos, personales, familiares que ha causado esta historia"?

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Ibarra se ha visto obligado a afrontar una delicada situación familiar y económica. Quienes le conocen de cerca admiten que "las fuertes convicciones personales" de este inspector fiscal, asistidas sobre "sus sólidas creencias religiosas" le han permitido "digerir", en compañía de una familia que "se ha juntado como una piña" este duro castigo social y profesional.

A ello, Ibarra ha unido la aportación del ejercicio físico. Durante muchas semanas, antes y después de someterse a la tensión del juicio, "ha subido y bajado del monte corriendo para aliviar la presión" y tampoco ha dejado de acudir al gimnasio, acompañado de su bolsa de deporte al hombro y sin preocuparse, como siempre, de su indumentaria.

Sus más allegados aseguran que "siempre hemos confiado en él" aunque jamás emitieron un pronóstico sobre la suerte final de la sentencia. Eso sí, quienes han seguido de cerca la evolución profesional de Ibarra, en su mayoría ligados a la órbita del Obispado de Bilbao, cuestionaron "muchas" de las acusaciones de que era objeto este exjefe de la Inspección Fiscal vizcaína. De hecho, en las últimas jornadas del dilatado juicio, los más asiduos a las vistas empezaron a atisbar, siempre en voz baja, que "faltan las pruebas y a la fiscal se le está escapando el tema".

Ibarra también ha sentido la amarga sensación del "apestado social y político". Cuando se abrió la causa, el PNV se desentendió de su suerte, y el ejemplo más evidente fue la propia Diputación que marcó distancias durante mucho tiempo, aunque en el partido se puso énfasis en advertir de que "no es un hombre de Arzalluz". Solo a partir del informe jurídico que aminoraba el impacto de las irregularidades fue cuando José Luis Bilbao se acercó y aceptó comparecer como testigo de la defensa junto a su antecesor, Josu Bergara.

Ahora, Ibarra digiere una nueva realidad. Ya le ocurrió cuando acabó el juicio. Fue en ese momento cuando dijo que se sentía como "si se hubiera quitado otra piel de encima".

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