Gruta
Transido de dolor y más que huyendo del mundo, cercado por éste, el poeta checo Vladimír Holan (1905-1980) se recluyó, como un moderno eremita, en la isla de Kampa, emplazada por entre la corriente del río Moldava a la altura de Praga; esto es: se pasó media vida aislado del entorno por el agua, como lo está por el foso el castellano en su torre, y no como el monje cenobita que necesita alejarse poniendo de por medio un océano de arena. Encerrado, así, pues, Holan, pero a un tiro de piedra del rugiente fragor. Este enclaustramiento se produjo a partir de 1948 y hasta su muerte, encomendándose él mismo encima al buen recaudo de la noche, su día. Ave nocturna, sabia y rapaz.
Claro que hubo circunstancias apremiantes que le invitaron a este exilio, que él convirtió en una profesión de fe en la soledad. Basta con echar un vistazo a la historia contemporánea de su país natal, que apenas si pudo disfrutar de su independencia cuando cayó sucesivamente bajo el yugo nazi y soviético. No obstante, quien se adentra en su poesía, no tarda en comprender que su negro apartamiento fue vocacional. Arraigó en él para que así fructificaran mejor sus versos. Acusado de "formalista" por el régimen comunista, es cierto que fue condenado al ostracismo, en el que permaneció silenciado durante quince años, pero todas las fanfarrias de su reivindicación ulterior no lograron sacarle de su madriguera.
He aquí su propia explicación, extraída de un breve poema titulado 'Siempre': "No es que yo no quiera vivir pero la vida / es tan mentirosa / que, aunque tuviera razón, / tendría que buscarla en la muerte... / Y esto es lo que hago". Este poema está incluido en su libro Miedo, el cual forma parte de la antológica edición castellana traducida por la también poeta Clara Janés con el maravilloso título La gruta de las palabras. Obra selecta (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores), donde la escritora catalana, que fue amiga de Holan y quien, desde hace años, más ha hecho por divulgar la poesía de éste entre nosotros, culmina este generoso empeño con la rara perfección que sólo se obtiene mediante el amor, un amor, en este caso, inseparable de la esencia nocturna que destilan los versos, surcos del misterio. Acendrado solitario, paradójicamente Holan no sólo era incapaz de razonar de otra forma que no fuera dialógica, sino que sitúa obsesivamente en el horizonte de su imaginación la figura de la mujer. Como los que se apartan del mundanal ruido, su visión de la mujer está fuertemente sexualizada. Es mítica. Cercado por el agua, Holan percibe, con deseo y aprensión, el espectro femenino, que para él encarna la tierra, el asidero que fija e inmoviliza, pero también salva. Es el único camino de salvación. ¡Qué bellos y terribles poemas eróticos ha escrito! Como ese titulado 'Aunque...': "Aunque siempre te escapas, amor mío, / eres mi presente perpetuo, ¡oh, sí! / Igual que el salto del agua: / aunque lo abandona sin cesar siempre la misma agua, él permanece siempre en el mismo sitio". Siente quizá Holan cómo nos pierde la indefectible busca de la felicidad, ajena, nos dice, a las "gentes sencillas", pero que embarga, para nuestra desdicha, al mismo Dios, "ese amante no correspondido...".
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