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Columna
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La vida de los nombres

Vicente Molina Foix

Leí hace no mucho en este periódico la historia, brevemente contada, de un hombre que vivía de poner nombres. La historia me interesó doblemente, periodísticamente y egoístamente, ya que en cierto momento de mi vida, aconsejado por mis mayores, yo mismo estuve tentado de dedicarme profesionalmente a lo que Fernando Beltrán, el hombre en cuestión, reconoce como su oficio. Los nombres de las cosas, los títulos de los libros y las películas, los patronímicos, los topónimos, los antónimos, incluso los seudónimos, me obsesionan.

Nunca puedo empezar a escribir nada, sea una novela o una columna, sin saber cómo se va a llamar, y a menudo distraigo el tedio poniendo títulos a las obras de otros. He de decir, con inmodestia, que a algunas películas españolas ajenas y a algunas novelas y poemarios españoles de reconocido prestigio les puse nombre yo. Sin cobrar. El querido Juan García Hortelano, que se decía incondicional de mis títulos pero nunca me hizo caso en mis sugerencias respecto a los de su propia obra, estuvo a punto de convencerme de que creara yo la Agencia Molina de Titulación. No lo hice, refugiándome en el amateurismo de la nomenclatura. Hasta que leí en las entrevistas de última página la semblanza del tal Beltrán, subtitulado él mismo en el periódico como "poeta y nombrador".

Fernando Beltrán, autor de 14 libros de poesía, es el inventor de marcas como Opencor, Amena o Faunia

Leído no sin envidia, el perfil de Beltrán me resultó sugestivo, aun no quedando del todo claro si este autor de 14 libros de versos vive de la poesía, de la nombradía o de otro menester menos clerical, como, por ejemplo, el de delinear obras o registrar la propiedad. Sí se explicaban, en cualquier caso, algunos de sus éxitos: rebautizar el Parque Biológico de Madrid, al que la gente, quizá por aprensión sanitaria, no iba, para llamarlo Faunia, lo que tuvo un inmediato éxito popular, sin duda por esa promesa de jungla o parque de atracciones que encierra la palabra. Más nombres salidos de la factoría Beltrán: Amena (que no AENA) y Equo, el partido verde recientemente creado por Juan López de Uralde, el exdirector de Greenpeace; Equo es un acierto, aunque habría que averiguar a quién se le ocurrió en su día llamar a la valerosa organización de defensa del medio ambiente Greenpeace, pues una paz que es verde reanima al personal infaliblemente.

También hemos sabido que a este singular creador se le deben los nombres de Opencor, Aliada y La Casa Encendida, tres marcas o espacios que me afectan de lleno. Como es sabido, Opencor es la rama golfa de El Corte Inglés, que no cierra ningún día del año y permanece abierta hasta las dos de la madrugada. Algo desastrado de horarios como soy, y sujeto a deseos insuperables en horas indecibles, la apertura de un Opencor en Príncipe de Vergara, cerca de casa, la celebré como un acontecimiento de mi madurez vital. Soy asimismo adicto, si se trata de la misma Aliada nombrada por nuestro hombre, a las "patatas fritas paja"; así reza (esa descripción comercial tendría que mejorarla Beltrán, por cierto) el paquete de 100 gramos de Aliada que suelo comprar y consumir como amuse-gueule, a sabiendas de los peligros del colesterol en ellas implícitos.

Lo que no puedo ocultar es que uno de los mejores títulos puestos por el autor de quien hablamos no es suyo: La Casa Encendida. Este acogedor y estimulante centro cultural, quizá el más vivo que yo conozca en cualquier lugar del mundo, dispone de un hermoso edificio, de un lugar idóneo, en la encrucijada de la ciudad, y de un nombre inolvidable, que inventó en el año 1949 Luis Rosales para su libro homónimo, una de las mejores obras poéticas de la posguerra, con versos que incluso para un desmemoriado siguen resonando: "Gracias, señor, la casa está encendida".

Felicito desde aquí a Fernando Beltrán no solo por su modus vivendi (si se confirma que lo obtiene de la titulación), sino por haber dejado fuera de sus inventos los nombres de las personas queridas. Esta es una de las lacras más extendidas hoy en el mundo. Cuando yo era niño, las ocurrencias que algunos padres tenían en la pila bautismal a costa de sus hijos se contaban como chistes, algunos graciosos, como aquella supuesta o legendaria señora valenciana llamada Dolores Fuertes de Barriga. Yo, que he conocido a un Miguel de Cervantes y a un Leopoldo Alas que no escribieron el Quijote ni La regenta, abomino de la fantasía patronímica, aunque en su día me cautivó, por pura cinefilia, seguir las peripecias de dos matrimonios amigos que intentaron y no pudieron ponerle a su niña recién nacida Marienbad y a su niño Búster. Fernando Beltrán dio a sus hijas los hermosos nombres de Marta y Lucía, y así dejó de lado en la intimidad los juegos de palabras que tanto nos gustan.

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