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EL CHARCO | FÚTBOL
Columna
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Argentina y la identidad perdida

Hace dos décadas que las únicas conquistas que sustentan nuestro orgullo futbolero son las obtenidas en los Juegos Olímpicos y los campeonatos juveniles. El último título de la selección mayor argentina se remonta a 1993. Hace ya cinco Mundiales que no conseguimos un lugar entre los cuatro mejores. Desde aquella lejana Copa América ganada en Ecuador con Basile, la selección ha incursionado en buena parte del espectro conceptual que permite la permeable cultura futbolística argentina.

La etapa de Passarella, de 1994 a 1998, fue europeizante. La mirada estaba puesta en la Italia física del Milan y el Juventus. Entre 1999 y 2004, Bielsa intentó un equipo ofensivo desde la presión sobre el despliegue inicial de los rivales. Un fútbol de conceptos directos y revolucionado que nos abrió camino en Sudamérica, pero se agrietó en el Mundial de 2002, cuando el sorteo nos enfrentó a los equipos que históricamente practicaron esa misma estrategia. El ciclo terminó con la coronación en los Juegos de 2004.

La selección tiene ya lo más difícil: Messi es su Maradona. Ahora, a juntar las otras piezas

Entre 2004 y 2006, Pekerman dirigió la selección tras ser campeón repetidas veces con la sub 20. Fue un periodo de recambio generacional en el que se intentó trasladar a los mayores el enfoque pedagógico que obtuvo excelentes resultados con los juveniles. Después del intento fallido en el retorno de Basile por guiarnos hacia nuevas conquistas, llegó la etapa de Maradona, entre 2006 y 2008, signada más por el discurso de la pasión popular que por el futbolístico.

El Checho Batista inició su camino con una declaración significativa: "Queremos jugar como el Barcelona". Fuera de contexto, la frase puede resultar pretenciosa. Sin embargo, tomada como una expresión de deseos, como una referencia luminosa para señalar un camino, se convierte en una prometedora declaración de intenciones.

De los dos partidos amistosos que jugó Argentina, el buen primer tiempo contra Estados Unidos iluminó algunas pautas sobre las que Batista quiere empezar a construir su propósito. Colocó a Messi, flanqueado por Lavezzi y Di María, como eje gravitatorio de una línea ofensiva sin delantero centro clásico. Otro guiño al fútbol de España y del Barca. Un mediocampo maduro y con calidad para la distribución: Cambiasso, Mascherano, Banega. Y una defensa sólida con buena salida: Rojo, Burdisso, Milito, Zanetti.

Argentina cuenta hoy con futbolistas sobresalientes entre los que elegir para emular una línea de tres atacantes como la azulgrana: Messi, Agüero, Tévez, Higuaín, Di María, Pastore, Lavezzi, Milito. Sin embargo, al mirar atrás, parece improbable hallar medios con la versatilidad de Iniesta, Xavi o Busquets -el único con llegada regular al gol fue Cambiasso- o laterales como Alves y Maxwell o Adriano.

Argentina esbozó sus intenciones. El comienzo es promisorio. Ahora deberá intentar incorporar los mecanismos que hacen que un engranaje como el del Barça sea una maquinaria funcional. Interiorizar y plasmar los conceptos que marcan la diferencia entre una exposición retórica y un discurso articulado es la parte más difícil.

Sin embargo, la búsqueda de referencias de Argentina puede estar más cerca de lo que aparenta. Batista era uno de los armadores de la selección de 1986. Un equipo equilibrado en despliegue, creación y variantes. Con referentes de gran temperamento e inteligencia como Ruggeri, Giusti, Valdano, Burruchaga y él mismo, practicó un fútbol integral al que se le añadía la varita mágica de Maradona. Esta selección tiene lo más difícil: Messi es su Maradona. Quizá pueda juntar el resto de las piezas para encontrarse en el reflejo del Barça o, mejor, reencontrar una identidad propia.

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