Cuatro décadas de épica vecinal
Una exposición rememora en Vallecas la lucha ciudadana por una vida digna
Memoria en el hogar. Conciencia íntima. Debate en el barrio. Y lucha... en la calle. Tal fue la secuencia que condujo a la creación del movimiento vecinal en Madrid en los albores de la Transición, al final de la década de 1960. Cumplidos 43 años de la primera asociación vecinal registrada en Madrid, concretamente la de Palomeras Bajas, una exposición itinerante, coordinada por Francisco Caño, narra en el Centro Cultural Francisco Rabal de Vallecas aquella gesta ciudadana que arrancó en la fase más histérica -y peligrosa- de la larga agonía franquista. Paneles, fotografías, mapas y documentos dan cuenta de aquella intensa historia, proseguida hasta hoy por gentes sabedoras de que nada se consigue ni se mantiene sin pelear por ello organizadamente. Avances y retrocesos ciudadanos se explican con tal axioma, que resume el mensaje de esta esclarecedora muestra.
La inmigración masiva a la capital fue el germen de las movilizaciones
Tras el blanco y negro de las fotografías de los espacios urbanos descarnados, de las chabolas repletas de niños entre fangales, junto a escombreras de una ciudad sin paisaje, se adivina el tesón y el genio de quienes supieron, a costa de esfuerzos ímprobos, vertebrar una protesta organizada y eficaz para cambiar la ciudad y hacerla habitable. Frente al Madrid proletario, deprimido y marginal del sur, del este y del oeste, castigado por el franquismo por su resistencia republicana durante la Guerra Civil, un poderoso movimiento social, construido por el boca a boca y la solidaridad, arraigó en los barrios de la periferia.
La memoria de la contienda permanecía viva en los hogares obreros y en el medio rural, señaladamente andaluz, extremeño y manchego, de donde procedía la población inmigrada llegada a Madrid. La transmisión oral de abuelos a nietos creó una conciencia de unidad de acción que, tras muchas horas de debates en parroquias, descampados o trastiendas, cristalizó en potentes organizaciones. Después surgió la definición de objetivos comunes: agua corriente, alcantarillado, luz eléctrica, vivienda y transporte públicos, dotaciones... En síntesis, una vida digna para todos en un Madrid habitable. El legado franquista saltó en pedazos ante los vecinos organizados que, curtidos en el debate de ideas, se echaron a las calles para apostar por un paisaje humano con el que combatir el desolado desierto urbano en el que se había convertido la periferia de Madrid y la mayor parte de su región, con decenas de miles de inmigrantes llegados de todo el país, alojados en vastas zonas, entonces inhabitables, de Orcasitas, Usera, el Pozo del Tío Raimundo, Entrevías, Carabanchel, Aluche o Canillejas.
Clave del triunfo de aquel movimiento fue la entrega a su causa de líderes vecinales como Miguel Ángel Pascual, Antonio Villanueva, Julián Rebollo, Félix López Rey, Prisciliano Castro y José Luis Martín Palacín y tantos otros. Supieron establecer alianzas con el incipiente movimiento feminista, así como con la burguesía ilustrada o el cristianismo de base, ejemplificado por el cura José María Llanos. Y todo ello con la decisiva asesoría de abogados como la infatigable Paca Sauquillo y arquitectos como Mariano Calle y muchos otros profesionales progresistas: 12.000 viviendas en Palomeras, otro tanto en el Pozo, agua corriente, luz eléctrica, parques, jardines, alcantarillado, poco a poco, hasta bien entrados los años noventa fueron consiguiéndose a golpe de protesta vecinal, mitin o panfletada.
Aquel vigoroso impulso vecinal, alentado por los partidos políticos de la izquierda clandestina, señaladamente el PCE, la ORT, el PTE y el Movimiento Comunista, de fuerte arraigo en la periferia sur y oeste, produjo un hecho de extraordinario calado: la culpa cambió de bando. Ante la justicia de las exigencias vecinales y su rotunda necesidad, la moralidad pública se alejó del franquismo, también del posfranquismo y los abandonó. Una ética impregnada por valores de ciudadanía surgidos también desde los barrios se extendió como mansa mancha de aceite y sobre ella pivotaría la naciente democratización de España. Las "medallas" de aquel proceso se las atribuiría gran parte de la clase política de la Transición, pero sus principales líderes sabían que sin aquel empuje cívico surgido en los barrios, sin aquella moral de combate justo por esa dignidad que forma parte de la vida, nada se hubiera logrado.
La herencia de aquel movimiento se mantiene viva gracias a la Federación Regional que agrupa 230 asociaciones de vecinos y hoy dirige Ignacio Murgui, con centenares de miles de miembros cotizantes, y a las organizaciones cívicas que lucharon y luchan por metas en parte conseguidas pero que, como explica Francisco Caño, si se quieren mantener en manos de los vecinos, siguen exigiendo memoria, conciencia, debate y lucha.
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