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Columna
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Reivindicación del buen contable

Rosa Cullell

Luca de Borgo Sancti Sepulchri, nacido en la Toscana en el siglo XV, fue coetáneo y amigo de Leonardo de Vinci. Era un gran humanista, un hombre del renacimiento; profesor en varias universidades, estudió en Venecia, fue preceptor de familias notables, acumuló fortuna y, ya mayor, hizo votos de pobreza e ingresó en la orden de San Francisco. Más conocido como fray Luca Pacioli, podríamos considerarlo un verdadero hombre de letras.

Sin embargo, no es conocido por esas loables tareas, ni por pertenecer a la generación de los nuevos pensadores que, tras el ocaso de la Edad Media y la crisis del XIV, dieron pie a la más brillante de las épocas, esa a la que en España llamamos Siglo de Oro. En esa época prodigiosa que empezó en 1490, cuando Antonio Nebrija escribió su gramática, Luca Pacioli publicó la magna e importantísima obra Suma de aritmética, geometría, proporciones y proporcionalidad. El fraile era un gran matemático. Su enciclopedia, que recoge los conocimientos de siglos anteriores (desde Euclides) y los traduce a lengua vernácula, dedica los primeros capítulos al álgebra y a la aritmética. En la segunda, introduce, analiza y ordena los conocimientos aprendidos de los mercaderes venecianos. Así nació, formalmente, la aritmética comercial: la contabilidad. Pacioli fue el primero de los contables europeos, a los que hoy, supongo que por darles prestigio, hemos bautizado como auditores.

El dinero público no es de derechas ni de izquierdas, es de todos, y debería ser contado con el máximo cuidado

Acababa de leer unas declaraciones del alcalde de Barcelona sobre los contables de CiU, cuando recordé la historia del franciscano que me fue explicada, en el bachiller, por el señor Sánchez, mi profesor de matemáticas. "Ya me han venido varios con una libretita para hacer de contable", dijo Jordi Hereu, "cuando yo pensaba que teníamos el Govern dels millors o, al menos, políticos y no contables". Me extrañó el retintín, pues el alcalde de Barcelona es máster en Administración y Gestión de Empresas por ESADE; no dudo, y lo admiro por ello, que sabe leer balances mejor que algunos de esos supuestos mejores. Sin embargo, a mí me gustaba el señor Sánchez y sus muchos infructuosos intentos de enseñarnos a solucionar derivadas. Y en mi casa, los libros de asientos -con el debe en lápiz rojo y el haber en azul- siempre fueron venerados. No estaban, eso es cierto, en la misma librería que Góngora o Quevedo, pero se limpiaban con mimo, sin dejar en ellos ni una mota de polvo.

Los políticos de izquierda parecen cargar sobre sus espaldas con la pesada obligación -exigida por muchos de sus seguidores- de desdeñar la gestión. Piensan, con esa fe heredada de la lucha antifranquista, que la política es el más noble de los oficios. ¿A quién le preocupa el déficit público, el gasto corriente, las amortizaciones de la inversión o la deuda bancaria cuando se lleva un país hacia el bienestar; cuando se recuperan libertades y derechos?: a los contables. Nosotros -¿se acuerdan?- luchamos por la democracia, por el bien común. De números, ni siquiera los economistas más progresistas hablaban; con excepción de Fabià Estapé (que siempre dice lo que le da la gana) y alguno de sus discípulos.

Nos encontramos en una crisis que empezó hace tres años. El Gobierno de la Generalitat ha conseguido, tras meses de esfuerzo, colocar 400 millones de euros en deuda pública al 5,5% (más las comisiones bancarias). Un precio muy alto si consideramos que el euríbor marca un 1,9%. Algunos atrevidos calificarían el coste de la emisión de puro sablazo si no fuera porque son las reglas de la economía: cuando un país va mal, sube el riesgo para el inversor y su financiación se encarece. Pues bien, a Cataluña le cuesta endeudarse el doble que a España y algo más que a Irlanda. Lo que me lleva a la sencilla conclusión, rezando para que los recortes respeten la sanidad y la educación, de que necesitamos menos cumbres y más contables. Y políticos como Pedro Solbes -capaz de alertar de que el país no podía andar repartiendo cheques- o Andreu Mas-Colell, que hace mucho tiempo que está entre los mejores y no parece dispuesto a dorarnos la píldora. El dinero público no es de derechas; tampoco de izquierdas. Es de todos. Y debería ser contado con el máximo cuidado.

Rosa Cullell es periodista

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