El periodismo como valor añadido
Las filtraciones de Wikileaks han puesto de relieve que solo adquieren valor informativo con la selección y la elaboración de los periódicos. A diario encontramos pruebas de esa necesidad de intermediación
Es probable que el sistema de pago ensayado por The New York Times para su edición digital no haya sido bien acogido por los partidarios de la gratuidad en Internet. Habrá, incluso, quien rechace cualquier intento de este tipo como una batalla perdida de antemano. Sin embargo, para el periodismo es esencial hallar formas propias de financiación, ligadas al interés del público, de la misma forma que es indispensable reforzar el valor de su función social.
El éxito del periodismo se ha debido, desde sus orígenes, al valor de una aportación genuina a la vida en sociedad. En la fuerte crisis que hoy afecta a la supervivencia de la prensa y a la función de los medios, conviene volver a la cuestión fundamental. ¿Qué aporta hoy el periodismo que no aporten otras formas de comunicación?
La Red ha creado las condiciones de una verdadera revolución en el periodismo
Se disfruta con el despliegue de corresponsales y enviados a grandes conflictos
Rapidez, regularidad y acceso general a la información explican el éxito de las primeras hojas impresas y gacetas semanales, hace medio milenio. Los mismos factores explican en el siglo XX el éxito de radio y televisión y, ahora, de Internet, que añade otros aspectos no imaginados en el pasado como instantaneidad, participación y gratuidad.
Cabe preguntarse qué más puede aportar el periodismo, porque a lo largo de los tiempos ha incorporado nuevas funciones y contenidos, en respuesta a las necesidades crecientes de la sociedad. A la recogida de noticias, la dirección política, la divulgación cultural y los servicios económicos y locales de la prensa del antiguo régimen, el liberalismo político añadió la creación del espacio público de debate democrático y la revolución industrial convirtió los periódicos en un producto de consumo, atento a los gustos y aficiones del público.
Desde hace décadas el periódico ya no es el único medio que cumple esas funciones. Retuvo hasta hace poco su función de medio basado en la lectura, apto para informaciones largas y documentadas, pero Internet también se lo ha quitado. La prensa, que en sus inicios fue sinónimo de rapidez y difusión en un mundo poco dinámico que la imprenta revolucionó, ha quedado como una industria pesada y lenta frente a la ligereza, la facilidad y la instantaneidad de la Red. Aunque, a medio plazo, los periódicos impresos puedan desaparecer, con las generaciones que han crecido con ellos, podemos pensar que no desaparecerán del todo.
Los periódicos pueden dejar de ser el principal protagonista del espacio público, pero mantenerse como la referencia más cualitativa de la función social del periodismo, que les debe el nombre. Como el único medio nacido y debido exclusivamente a la información, el único cuyo pleno desarrollo ha ido ligado íntimamente a la vida en democracia. La comparación con las gacetas de los siglos XVII y XVIII puede resultar equívoca por su condición de órganos oficiales del absolutismo en sociedades sin alfabetizar, pero sirve para ilustrar la posibilidad de una prensa minoritaria y cara.
¿Hay un público dispuesto a pagar un precio más alto por el periódico diario, incluso con menos páginas, a cambio de que tenga información más seleccionada y exclusiva? Ahí está el caso de The Financial Times, que se vende a más del doble que los otros diarios de Londres y mantiene una edición digital de pago. El que sea un diario principalmente económico, aunque también político, puede hacer discutible el ejemplo, pero hay que tenerlo en cuenta.
La Red ha creado las condiciones de una verdadera revolución en el periodismo, con el peligro de que se lleve por delante lo que a lo largo del siglo XX se convirtió en su rasgo distintivo, la intermediación. Los blogs y sitios de ciudadanos activos son una novedad histórica de gran alcance, que acaba con la pasividad del público, multiplica la emisión de informaciones, estimula el pluralismo e ilumina zonas hasta ahora oscuras del planeta. Gestionar la interacción con ese periodismo ciudadano y autogestionado es un gran reto que enriquece las posibilidades de futuro.
El fenómeno tiene sus antecedentes -no hay que olvidar que el periodismo ha tenido siempre, y tiene aún, una vertiente no profesional en los medios locales, culturales y asociativos-, pero el alcance de las redes sociales ha desbordado todas las previsiones. El feedback parecía la asignatura imposible del periodismo, más allá de las secciones de cartas al director. La Red se convierte en punto de encuentro entre emisores particulares de información e informadores profesionales, probablemente con nuevas posibilidades aún por descubrir.
El periodismo necesita aportar un valor añadido a la potente industria de la comunicación, si se trata de salvaguardar un espacio propio y diferenciado ante la disolución progresiva de sus principios, estilos y contenidos, por influencia de la publicidad y del entretenimiento. El valor añadido está en el periodismo de intermediación, sobre cuya necesidad hay pruebas a diario. Se ha puesto de relieve con las filtraciones de Wikileaks, que solo adquieren valor informativo con la selección y la elaboración de los periódicos. Se echa en falta ante el periodismo mecánico de resúmenes, versiones y declaraciones, que es la rutina cotidiana de muchos medios. Se disfruta con el despliegue de corresponsales y enviados a grandes conflictos y acontecimientos inesperados o de analistas ante las crisis.
La intermediación del periodismo se agradece, especialmente, cuando los medios se aplican a denunciar problemas ocultos tras la agenda, el protocolo y los rituales políticos, a descubrir la realidad latente tras las pantallas deslumbrantes de la sociedad del espectáculo. Hay en ese último punto mucho campo por recorrer. Hay que independizarse, sobre todo, del abrazo asfixiante de la política, con su "parlamento mediático". La política ha colonizado los medios como plataforma de actuación -en todas las acepciones de la palabra-, que ahorra el contacto directo con el ciudadano y tiende a alejar los contenidos de periódicos, informativos y programas de las necesidades informativas y críticas del público.
La necesidad de un periodismo con valor añadido va más allá de las formas de supervivencia de los periódicos, que pasan en gran parte por los formatos digitales en innovación permanente. Atañe también al audiovisual, que continúa disponiendo de capacidades técnicas y estilísticas insuficientemente explotadas, abandonadas ya en muchos casos o limitadas a programas apartados de las horas de mayor audiencia y de capacidad de atracción de recursos publicitarios.
El gran obstáculo es la financiación. La introducción de la publicidad de pago en la financiación de los periódicos, pronto hará dos siglos -porque los anuncios habían empezado siendo un servicio-, dio lugar al singular fenómeno comercial del precio de venta por debajo del precio de coste. Con radio, televisión, Internet y la consiguiente multiplicación de la oferta mediática, el bien llamado pastel publicitario se ha fraccionado definitivamente y, con la crisis, se ha encogido, antes de llegar a beneficiar al periodismo digital. La crisis general de financiación de los medios afecta de manera especial al periodismo y su valor añadido. Limitada la subvención a los medios públicos, hay pocas alternativas globales de financiación, como no sea el pago por parte del público, que cada vez se lleva menos.
El éxito de Internet contiene una trampa peligrosa con el clamor por la gratuidad. Ya en 1922, se quejaba Walter Lippmann, en su clásico La opinión pública, que "a nadie se le ocurre pensar ni por un momento que lo lógico es pagar a cambio de leer un periódico", que "todos esperamos a que mane el agua de la fuente de la verdad". Sus palabras no han perdido un ápice de actualidad.
Jaume Guillamet es catedrático de Periodismo de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.
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