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Columna
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Una marea de mediocridad

Hace exactamente una semana el ministro de la presidencia, Ramón Jáuregui, en Castellón estando, declaró que en la Comunidad Valenciana "se vive en una tierra políticamente hostil, como en el País Vasco", y los voceros del PP, tan lúcidos y expertos en atar moscas por el rabo, se rasgaron las vestiduras y salieron en tromba a defender la patria ofendida. Cada quien con mando en plaza se sintió legitimado para subir el tono de la soflama. El molt honorable Francisco Camps, como suele acontecer, destapó el tarro de la euforia y afirmó presidir "la autonomía más libre y más democrática de toda España". No se corta un pelo. En esta ocasión, sin embargo, omitió proclamar que también es la más próspera y transparente, además de liderar el partido más íntegro y que por el monte corren las sardinas. Es un discurso que encandila a su dócil parroquia, pero que abochorna a cualquier vecino con dos dedos de frente.

Cierto es que no fue afortunada la asociación con Euskadi, tan propicia a ser explotada demagógicamente. De poco ha servido la subsiguiente puntualización del eminente socialista diciendo que se refería a la hostilidad que padece la oposición valenciana por denunciar la corrupción. De ahí que nos parezca oportuno abundar en este episodio para contribuir en lo posible a su más adecuada interpretación.

En este sentido, no es aventurado afirmar que tal hostilidad ha sido una actitud permanente del Consell, que se ha condensado en los partidos con representación parlamentaria, pero que sus consecuencias alcanzan a muchos más amplios segmentos de la ciudadanía, e incluso ha damnificado económicamente a toda esta. Citemos hechos concretos. La llamada cláusula de confidencialidad que blinda arbitrariamente la información de numerosos contratos que suscribe el Gobierno y que le permite hacer mangas y capirotes con los dineros públicos. Alega que son empresas o individuos sin trascendencia pública y bajo ese paraguas el PP se pasa por el arco los cientos de preguntas que se le formulan en las Cortes a pesar del escándalo que proyectan sus confusas relaciones con individuos como Julio Iglesias, Bernie Ecclestone, Santiago Calatrava, Francisco Correa, El Bigotes o las empresas Orange Market, Special Events y tutti quanti. ¿Qué altos secretos pueden esconder esos tráficos que no sean espurios?

Esta opacidad para hacer lo que le viene en gana es uno de los estigmas que han desacreditado la gestión del Gobierno, por más que este apele a la absolución que le otorgan los votos y la mansedumbre de su electorado. La derecha o buena parte de ella es gregaria, y de la valenciana puede hasta pensarse que se siente confortablemente instalada en este clima de corrupción que los populares han abonado. Y dicho esto, me tiento el bolsillo, no sea que algún juez pintoresco me sancione con 300 euros por no documentar tamaña obviedad.

Pero a lo que íbamos, que no era si no glosar la hostilidad que bajo el régimen de los populares padecemos los ciudadanos de otras obediencias. Hemos aducido el agravio que supone la nula transparencia y podríamos añadir otros que asimismo degradan la democracia. Pero ninguno de tal magnitud como la marea de mediocridad política en que nos ha sumido esta caterva de inculpados, imputados y chorizos que mangonea la autonomía jamás ensoñada. La mani de ayer y las que se cuecen no tienen otro fin que recuperar pacíficamente la dignidad y la palabra frente a un Gobierno inepto y hostil.

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