Ese charco

Si un día, al cepillarte los dientes, comprendes que tu dentadura no es tu dentadura, es porque se trata en efecto de una dentadura extraña. Y ni siquiera es preciso que te la hayan cambiado por la noche para que por la mañana haya dejado de ser tuya. No es tuya y listo, incluso en el caso de que sigas sintiendo como propia la cavidad bucal. El problema de estar formado por tantas piezas, y tan diferentes, es que no siempre se reconocen entre sí. De hecho, hay días en los que tu cuerpo no es tu cuerpo, en los que ni siquiera tú eres tú, signifique lo que signifique ser tú, aparte de una rara manera de ser yo. Pero quien habla de la dentadura de carne y hueso (lo de la carne es un decir), habla de la lengua entendida como el sistema de comunicación verbal en el que habitualmente te manejes, por ejemplo, el español.
Si un día, al levantarte, notas que la lengua que se habla a tu alrededor, y en la que tú respondes, no te pertenece, es que ha dejado de ser la tuya, aunque no conozcas otras. Si dices "muerte" y te suena tan raro como si dijeras mort, o pronuncias "angustia" con la extrañeza (y el esfuerzo) con el que pronunciarías distress, significa que lo que era tu lengua ha devenido en una prótesis, seguramente una prótesis de excelentes calidades sintácticas, y dotada de un vocabulario muy rico, pero una ortopedia al fin. Quizá descubras al mismo tiempo que eres tú el que está al servicio de la prótesis y no ella al tuyo, por eso dices "buenos días" o "buenas tardes" cuando lo que querrías decir es "me cago en tus muertos". Ahora bien, si un día te levantas y te das cuenta al mismo tiempo de que la lengua con la que te comunicas y el cuerpo con el que desayunas, lejos de ser posesiones tuyas, son tus propietarios, estás listo. No es fácil vivir entre los hombres cuando se ha metido el pie en ese charco.
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