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OPINIÓN
Columna
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Estoy harto

Juan Cruz

Recibí un correo, una carta, un e-mail, de un entusiasta de lo evidente que declaraba haber conocido, "por fin", decía, a alguien que no tiene "pelos en la lengua".

Cuando leí ese mensaje, que era un correo para medio mundo, pues ahora alguien hace un descubrimiento y enseguida se lo cuelga a los otros, pensé que de lo que más harto estaba yo mismo a estas alturas del partido es de aquellos que no tienen pelos en la lengua.

En general, es muy desagradable tener pelos en la lengua. Y no tenerlos despierta sospechas: ¿qué tendrá en la lengua quien no tiene pelos en la lengua? Además, ¿qué es exactamente no tener pelos en la lengua? El que no tiene pelos en la lengua y alardea de ello puede ser un grosero o un filibustero, que es una de las formas de la embustería.

El que no tiene pelos en la lengua empieza por decirlo:

-Eh, que yo no tengo pelos en la lengua.

Es el prólogo de su grosería, de su exceso de sinceridad. "Eh, que yo siempre voy con la verdad por delante". La sinceridad es como la mantequilla: puesta, por ejemplo, en el suelo resbala muchísimo, y puesta en la cabeza resulta insoportable. Alguna gente va de mantequilla de los pies a la cabeza, y resultan tan insoportables como la mantequilla.

Aparte de estar harto de los que no tienen pelos en la lengua, estoy harto también, por este orden:

1. De los que ya lo sabían; de los que habían escuchado eso que tú dices mucho antes de que se supiera.

2. De los que lo saben de buena tinta. Porque tienen a un amigo bien colocado en las fuentes de la información; se lo han dicho en secreto, pero, como eres de confianza, a ti también te lo dicen.

3. De aquellos que, por saberlo desde antes y por tener confianza contigo, se enrollan a tu vera mientras tú tratas de coger un tren o de escaparte como sea del tipo que más sabe.

4. De los que se burlan de los otros porque no saben tanto como ellos o simplemente porque no les siguen en la burla o el escarnio.

5. De los que se alegran del mal ajeno.

6. De los que no se resisten a convertir los chistes en ocurrencias corrosivas para denigrar al contrario, sobre todo si este no está presente.

7. De los que son capaces de burlarse, por razones políticas o ideológicas o informativas, de la enfermedad de un contrincante que consideren molesto.

8. De los que son capaces de manipular la realidad para conseguir un buen chiste gráfico; de los que son capaces de hacer una composición fotográfica que les sirva para seguir denigrando a su víctima del día, del mes o del año.

9. De los que, en el ejercicio del oficio del periodismo, son capaces de extrañarse de que les reclamen veracidad cuando dicen mentiras o manipulan la realidad para ponerla a su conveniencia.

10. De los que saben de todo.

11. De los que, como yo, podemos caer alguna vez o muchas veces en la mayor parte de estos defectos que veo en los otros.

12. De los que ven la viga en el ojo ajeno y no la ven en el propio.

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