¿Está dormida la izquierda?
Dos meses tiene por delante la izquierda valenciana para demostrar que no solo es necesaria, sino también posible, como alternativa de gobierno municipal y autonómico. Así dicho, más bien parece un desvarío decantado por la confusión de los deseos con la realidad, que bien podría ser, ciertamente, pero no más desvarío que rendirse a la fatalidad de una nueva victoria electoral de la derecha cuando ésta nunca ha estado tan desarbolada y moralmente hecha unos zorros como ahora. Porque es previsible que a los militantes de piñón fijo les resulte indiferente y aun estimulante que su molt honorable líder esté abocado al banquillo o la sobrevivencia política con escarnio; incluso que les importe un rábano que su partido ampare a tantos mangutas y sea causa permanente de escándalo, por no hablar de su ineficiencia a lo largo de la malbaratada legislatura.
Sin embargo, no es esa fe de carbonero la que priva en un amplio segmento del electorado, ese que no sabe/no contesta en las encuestas, o se deja vencer por la inercia, pero que no ha abdicado de su aleatoria opción democrática, y en definitiva es capaz de percibir por su propia conveniencia que el PP de Francisco Camps, con éste a la cabeza, ha llegado al final de su trayecto. Para que tal cambio cuaje, la izquierda que tenemos y no la que ensoñamos ha de dar señales de vida, incluso redobladas, para compensar sus evidentes y habituales carencias mediáticas. Para ello no tiene una opción más próxima y válida que salir a la calle y reivindicar resueltamente el derecho a un gobierno digno y la libertad de expresión, dos motivos inseparables pero que han merecido dos distintas convocatorias de manifestaciones públicas y festivas que nos revelarán asimismo el músculo político y las perspectivas de voto del universo progresista valenciano.
Se nos reclama -y aquí queda anunciado- para el próximo día 26 y, posteriormente, en la estela de la conmemoración republicana, para el 16 de Abril, en la plaza de san Agustín y a la hora de siempre como fueron los grandes eventos cívicos que los memoriosos recordarán: la "mani" contra la infame guerra de Irak (¿pero como se puede profesar todavía la fe pepera y no haber muerto de vergüenza?) en marzo de 2003, y la protesta multitudinaria contra el acoso que padecía -y padece- la enseñanza pública, en noviembre de 2008. En ambos trances se demostró que los demócratas podíamos poner contra las cuerdas al facherío imperante y nada obsta a que se repitan las respuestas a los actuales desafíos: el despilfarrador gobierno, la corrupción y el secuestro de TV3.
Ya oigo los sutiles o no tan sutiles reproches por lo que parece una llamada a la polarización de la sociedad. No lo parece, lo es sin ambages, por mera salud democrática, pues conviene que el poder tenga su contrapeso efectivo y su alternancia para no estar sometidos -como ahora- a la arrogancia de unos gobernantes que han confundido los votos con una patente de corso, incluso para lucrarse con descaro. Plantarles cara en la calle por causas justas no solo les servirá de correctivo y aviso contra el franquismo residual que cultivan, sino que también servirá de terapia a una izquierda toda, la más y la menos coherente con sus principios -digámoslo finamente-, que necesita motivos para creer en sí misma y alimentar la euforia después de tan prolongada postración. Preparemos ya las pancartas por la dignidad y la tele sin fronteras. No estamos dormidos.¿O sí?
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