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Debate sobre el estado de la autonomía
Columna
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Feijóo abdica

En el debate celebrado ayer en el Parlamento, el presidente de la Xunta realizó una intervención que lo sitúa como el paradigma del político en flagrante y permanente contradicción entre lo que dice y lo que hace, y en cuyos discursos existe una falta absoluta de coherencia entre los medios y los fines proclamados. Dejando al margen la increíble pretensión de proclamarse hagiógrafo de la Autonomía y del galleguismo del siglo XXI con la que comenzó su discurso, Feijóo eligió como núcleo político central de su intervención los temas que lo enfrentan al Gobierno central. Se refirió, en primer lugar, a los 800 millones que la Xunta debería haber recibido este año en aplicación del sistema de financiación vigente, aunque no explicó por qué si esos recursos eran indiscutibles no fueron incluidos en el actual Presupuesto de la Xunta. Por supuesto, utilizó como un ariete demoledor contra el Gobierno la situación de Novacaixagalicia, aunque no se acordó de decir que el PP, con Rajoy a la cabeza, compartió desde el principio el proyecto de reestructuración financiera promovido por el Ejecutivo. A continuación sacó a la palestra el decreto del carbón, pero, seguramente por un fallo involuntario de memoria, se olvidó de constatar que el PP había votado favorablemente dicho decreto en el Congreso de los Diputados. Finalmente, recordó el contencioso que todavía enfrenta a Xunta y Gobierno sobre el catálogo de medicamentos.

El presidente renuncia a utilizar las competencias e instrumentos que tiene para luchar contra la crisis
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Es muy evidente que, con esta estrategia, Feijóo persigue dos objetivos políticos muy claros. El primero, endosar en exclusiva al Gobierno toda la responsabilidad de la grave crisis que atraviesa Galicia, intentando encubrir así la inacción de la Xunta y exonerándola de toda relación con lo que sucede en Galicia. Pero al actuar de esta manera, Feijóo debe ser consciente de que abdica de sus responsabilidades como presidente de la Xunta. El segundo objetivo perseguido por Feijóo, al situar como centro del debate los temas que dividen y aun enfrentan a la oposición, consiste en desacreditar y difuminar cualquier alternativa creíble a su Gobierno.

No seré yo quien le niegue al presidente de la Xunta la necesidad de defender nuestros intereses en los foros supragallegos donde puedan debatirse o dilucidarse. El problema reside en que Feijóo, en su intervención de ayer, fue incapaz, una vez más, de realizar un balance riguroso de la gestión realizada en los casi dos años de su mandato, y de explicitar los ejes políticos que dan credibilidad a una acción de gobierno, y que no consisten, como cree el presidente, en una yuxtaposición de propuestas entre las que no existe coherencia alguna. En efecto, nada sabemos de un proyecto económico que merezca tal nombre. Y si nos atenemos a lo que hemos escuchado en la Cámara, resulta evidente que Feijóo no solo carece de ese proyecto, sino que ha renunciado a utilizar las competencias e instrumentos de que dispone para luchar contra la crisis.

Tampoco hizo referencia alguna al creciente proceso de externalización y privatización de recursos sanitarios, ni ha mencionado el carácter cada vez más dual de nuestro sistema educativo no universitario y la existencia subsiguiente de patrones desiguales de fracaso escolar entre los diferentes grupos sociales. Por supuesto, ni una palabra sobre la prometida regeneración democrática. No ha existido en el discurso del presidente ni una sola referencia al funcionamiento del Parlamento, a la necesidad de desgubernamentalizar los medios de comunicación públicos ni de la política seguida con los medios privados, destinada a poner a la Xunta y a su presidente fuera del control de la sociedad. Habló Feijóo, eso sí, de unidad y consenso, pero pasó por alto un pequeño detalle: que fue él, y solo él, quien ha dinamitado los principales consensos políticos y sociales (Estatuto, lengua...) sobre los que se ha asentado el desarrollo de la Autonomía y en cuyo contexto se han producido las sucesivas alternancias de poder.

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Por lo que respecta a la oposición, sus líderes han cumplido con su responsabilidad política de ejercer el control efectivo del Gobierno. Tanto Carlos Aymerich, de forma contundente y brillante, como Pachi Vázquez, a pesar del lastre que supone para el discurso socialista la necesidad de justificar políticas gubernamentales difícilmente defendibles, desmontaron con datos irrebatibles las fantasías con las que Feijóo había descrito la situación política de Galicia. Pero no se han limitado a la crítica o a hurgar en la herida, sino que han dibujado las líneas maestras que configuran un proyecto político y programático, posible y realizable, pero radicalmente distinto al conservador.

Pero si algo ha dejado meridianamente claro el debate es la existencia de un Gobierno de segunda categoría, paralizado y carente de rumbo definido, y a una oposición que, aun cumpliendo sobradamente con sus funciones, por diferentes razones está todavía lejos de representar una alternativa de Gobierno.

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