El museo de Sarkozy divide Francia
Varios especialistas critican por "nostálgica" la futura Casa de la Historia - Sostienen que el proyecto no es científico sino político y de exaltación identitaria
El nombre del expresidente francés Georges Pompidou quedará para siempre asociado al centro de arte moderno de París, parada obligada de cualquier turista de paso por la capital. François Mitterrand colocó una pirámide de cristal en pleno patio del Louvre para culminar su ampliación y Jacques Chirac creó el Museo Antropológico del Quai Branly. Nicolas Sarkozy también quiere su propia obra: una Casa de la Historia de Francia, que debería abrir sus puertas al público en el centro de París en 2015. El proyecto entra ahora en fase de prefiguración, pero se enfrenta al recelo de historiadores que temen su revisión política y se preguntan sobre la necesidad de este enésimo museo parisiense.
El nuevo centro se instalará en 2015 en la sede de los Archivos Nacionales
La iniciativa lleva gestándose desde la llegada al Elíseo de Sarkozy en 2007, aunque este no la anunció oficialmente hasta enero de 2009. "Me fascina la idea de que Francia sea muy rica en cuanto a sus museos de arte, pero que no exista ningún museo de historia digno de ese nombre", lamentó entonces, en un discurso ante representantes del mundo de la cultura. "No existe ningún lugar para cuestionar la historia de Francia en su conjunto", añadió. El futuro centro será a la vez la sede de una red de museos y castillos y un espacio que acogerá exposiciones y coloquios. Servirá igualmente de lugar de investigación y se acompañará de un exhaustivo portal enciclopédico en Internet.
El calendario de realización del proyecto, que desde el anuncio oficial había caído un poco en el olvido, se ha acelerado en los últimos meses. En septiembre, tras haber barajado varios lugares, como el hotel de los Inválidos, el palacio de Versalles e incluso contemplado la posibilidad de construir un edificio nuevo, el presidente anunció que el museo se instalará en el seno de la sede parisiense de los Archivos Nacionales, en pleno barrio de Le Marais, por un coste estimado de entre 60 y 80 millones de euros. También fijó 2015 como año de apertura. A mediados de enero, el titular de cultura, Frédéric Mitterrand, nombró a un comité de científicos encargado de concretar el contenido del futuro centro.
Con una sede física y una fecha de apertura ya en el horizonte, los detractores del proyecto multiplican las intervenciones en los medios. Una de las más sonadas ha sido la del veterano historiador Pierre Nora, cofundador de la revista Le Débat, quien denuncia el "origen impuro y político" de la iniciativa en una reciente carta abierta a Mitterrand. Cuando anunció la creación del museo, en pleno auge de la extrema derecha, Sarkozy explicó que serviría para "reforzar la identidad cultural" del país. Unos meses después, el presidente lanzaba el controvertido debate sobre la identidad nacional. "No se puede mezclar los dos registros, el de la estrategia electoral y el del gran juego desinteresado de la investigación histórica y la pedagogía cívica", advierte Nora.
En la misma línea, el historiador Nicolas Offenstadt, uno de los más críticos con el proyecto y autor de varias publicaciones sobre la utilización de la historia por parte del mandatario francés, denuncia la política de "exaltación de las raíces" en la que se inscribe a su juicio la iniciativa. "Es esa idea de que existe una Francia que siempre estuvo ahí a la que hay que valorar, lo cual constituye un discurso moral y político, no científico", dice. "El motor de este museo no es la voluntad de divulgar la historia, su motor no es otro que la idea de vender la nostalgia", zanja.
Offenstandt también cuestiona la propia relevancia del centro. "No hay ninguna necesidad de crear un museo de la historia de Francia, al igual que no había necesidad de lanzar un debate sobre la identidad nacional, ni sobre el islam", dice. En cualquier caso, para el historiador y para parte de sus colegas, "hoy en día, cuando hay tantas interconexiones", la idea de crear un museo de historia restringido a Francia aparece como "una visión muy reducida y limitada".
Para Jean-François Hébért, encargado de la prefiguración del proyecto y director del palacio de Fontainebleau, el "pecado original" del proyecto no es otro que el de haber sido propuesto por el presidente Sarkozy. Espera que con el nombramiento del comité científico, compuesto por una veintena de académicos de diversas tendencias políticas y especializaciones, el proyecto entre en una "fase de concreción de los contenidos" y se aleje así "de la polémica estéril". "Es increíble, se ha dicho de todo cuando todavía no hay nada decidido", apunta.
El comité ya se ha reunido en tres ocasiones, y debería presentar antes del verano un primer esbozo de sus planes. De momento, una iniciativa que se va dibujando es la creación de una galería del tiempo, una suerte de cronología de la historia de Francia. La elección de las fechas señaladas es por supuesto uno de los temas de debate. También está previsto que los jardines de la sede parisiense de los Archivos Nacionales, hasta ahora cerrados al público, estén en acceso libre a partir de este verano. Antes de finales de año se celebrará una primera exposición preparatoria.
Pero para ello, los promotores del nuevo centro tendrán que superar otro obstáculo. El personal de los Archivos Nacionales está en pie de guerra en contra del proyecto de instalación del museo, que considera se hace en detrimento de su propio centro. Una primera ronda de negociación parecía haber puesto fin a la protesta después de más de cuatro meses de ocupación del edificio. Pero los piquetes volvieron la semana pasada decididos a no bajar los brazos hasta que logren que el museo que quiere Sarkozy se busque su propia sede.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.