Gótico flamígero
En lo que llevamos de milenio para encontrar el origen de una tendencia musical se ahorra tiempo mirando a Nueva York. Incluso en el caso de White Lies, un cuarteto inglés tan londinense como emborracharse a las cinco de la tarde, el origen está al otro lado del Atlántico. Su sonido es producto del éxito de Interpol, que a su vez es fruto de la adecuada digestión y puesta al día de grupos seudogóticos de los ochenta como The Chameleons, Ultravox o Bauhaus.
La receta es de manual: baterías marciales, bajos machacones, voz profunda y teclados atmosféricos. Si la banda tiene buen aspecto, y un par de estribillos, como en sus dos discos (el último, Ritual, publicado en enero), el éxito está asegurado. El miércoles actúan en la Sala Heineken. Quizá sea la última oportunidad de verles en un espacio de ese tamaño. En apenas dos años han pasado de tocar en clubes, a ser teloneros de grupos como Coldplay, con los que comparten gusto por lo populista y melodramático, y finalmente a los festivales al aire libre, su destino inevitable.
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