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Columna
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Rebajas democráticas

Los turistas europeos evitan las revueltas árabes y eligen España. Más de 600.000 paquetes turísticos, veraneantes de invierno y primavera, se desviarán a España estos meses, según avisa el Instituto de Turismo español. Paquetes turísticos: así es el idioma de la máquina turística: paquetes en vez de viajeros. Los paquetes no van al norte de África, quieren tranquilidad. Comparten el deseo del cantante Bisbal: que la revuelta acabe, porque nadie visita las pirámides. La revuelta ha terminado por el momento, pero no las cancelaciones de reservas, el retraimiento y el temor, porque todavía no sabemos muy bien lo que pasa. En Egipto había un alzamiento popular, pero el Ejército tomaba el poder y lo repartía, y a eso antes se le llamaba un golpe de Estado, aunque el jefe depuesto fuera un autócrata todopoderoso.

En Libia, lo que parecían ser manifestaciones espontáneas en contra del régimen de Gadafi se ha revelado una guerra civil con aviación, cohetes, misiles y artillería, algo que no se improvisa. Pero, antes de que estallara abiertamente la guerra, la industria turística ya conocía el peso de la situación bélica en los mercados, lo que demuestra visión de futuro o acceso a información inteligente. El 24 de febrero pasado, el consejero andaluz de Turismo, Luciano Alonso, hablaba de que un touroperador europeo había querido transferir grandes cantidades de paquetes turísticos a precios muy bajos desde Libia a la Costa del Sol. Los paquetes no serán transferidos a la Costa del Sol, sino a Canarias, "producto y destino más barato", según el consejero. En Canarias las palabras de Alonso provocaron resquemor, como aquí pasó el otro día cuando el entrenador de un equipo de fútbol de Madrid muy famoso llamó equipo barato al equipo de fútbol más famoso de Málaga. Las autoridades locales asumieron inmediatamente la representación sentimental del prurito patriótico de los hinchas ofendidos.

En enero subió el turismo en Canarias y bajó en Andalucía. Los europeos del norte preferían Canarias antes que las playas de Egipto. El único veraneante invernal que se atrevía a viajar a Sharm el-Sheik, la Torremolinos egipcia, era el tirano depuesto, Mubarak, que en Sharm el-Sheikh tiene un palacio que le presta a Tony Blair para las vacaciones. Los europeos celebran las conquistas democráticas de los países sometidos a dictaduras, pero castigan las luchas por la democracia, que, como toda pelea, rompen drásticamente las aspiraciones del turista modelo: orden, paz, estabilidad, buen tiempo, buen precio, no tanta tranquilidad como en casa, sino más tranquilidad que en casa, sin preocupaciones, evasión sin presión.

La inquietud del consejero Alonso (no rebajar los precios ante la coyuntura norteafricana) coincide con la inquietud tunecina. La primera y más fructífera por el momento de las revueltas se ha producido en Túnez, donde, después de la caída del presidente Ben Ali el 14 de enero pasado, hubo amnistía para los presos políticos, libertades sin censura, legalización de los partidos. Hubo algo más: se hundió el turismo. Los europeos ya no van a los complejos hoteleros de Hammamet, sobre el Mediterráneo, como Andalucía, aunque allí, o eso me han dicho, la ley impide levantar edificios que superen la altura del árbol más alto del lugar. Los europeos, tan demócratas, castigan a los demócratas tunecinos. Los europeos han preferido históricamente países dictatoriales, buenos y baratos, de Sol, Arena y Mar, o Sun, Sand & Sea, eslogan que algunos traducen por Sexo, Seguridad y Servilismo.

Los fabricantes y traficantes de paquetes turísticos, británicos sobre todo, le exigen a Túnez bajar precios: es un país en estado de emergencia y debería poner precios de emergencia para salvar la situación. Le exigen rebajas democráticas por meterse en democratizaciones imprevisibles. Los tunecinos optan dignamente por mantener las tarifas y la calidad de los hoteles.

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