Tríptico de la santidad
Dice Ignacio del Moral que hace falta valor para mantenerse en el bien: para hacer el mal, basta con dejarse llevar. La santidad, para él, es la renuncia a la rentabilidad que el mal ofrece: en la era del capitalismo financiero, arrasar es buen negocio. En el primero de los tres episodios independientes de que se compone Santo, Del Moral habla del poder reparador de la verdad a través de una misionera que le planta cara al ingeniero pederasta de una empresa española encargada de construir una presa en un país suramericano. En el segundo, Ignacio García May teje una peripecia rocambolesca en torno a una diabólica coleccionista de libros y un bibliotecario cándido. Ernesto Caballero glosa en el tercero y último la figura de Edith Stein, filósofa judía cristiana asesinada en Auschwitz.
SANTO
Autores: Ignacio del Moral, Ernesto Caballero e Ignacio Gcía. May. Luz: Francisco Ariza. Vestuario: Ana Sebastián Delgado. Escenografía: José Luis Raymond. Dirección: E. Caballero. Teatro Español, sala pequeña. Hasta el 3 de abril.
Tres estilos
Por su estructura, Santo recuerda a aquellas películas de episodios articulados en torno a un tema genérico, como Boccaccio 70, donde Fellini, Visconti, Monicelli y De Sica hablan sobre la moral en el amor, cada uno a su manera. Caballero, director del espectáculo, imprime una impronta estética común a episodios que corren por caminos diferentes.
El escrito por Del Moral tiene trasfondo político y una ambición que hace honor a su apellido. El de García May se adentra en territorio fantástico para especular brevemente sobre sociedades secretas, fenómenos paranormales y fuerzas oscuras. El de Caballero tiene una ambición filosófica que no acaba de cristalizar. En conjunto, componen un espectáculo de buena factura: cada uno en sí mismo podría ser embrión de una pieza larga donde se abordara con más posibilidades el fascinante tema propuesto, que queda aquí meramente apuntado.
José Luis Esteban está espléndido en el papel del cura enviado para ablandar a la misionera activista, bien en el del bibliotecario agrisado e inquietante en el demiurgo-director de campo de exterminio. Aitana Sánchez-Gijón tiene un empaque mefistofélico y seductor en el papel de la coleccionista y está profundamente angélica en el de la Stein. Cuando encarna a la monja activista, tiende a hacer brevísimas pausas desconcertantes en frases de un solo aliento. Bien Esther Acevedo y Borja Luna, en sus papeles de apoyo.
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