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Elecciones municipales
Columna
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Como en Islandia

Irlanda ha sido un referente para Galicia desde que hubo gallegos conscientes de serlo. A finales del siglo XIX, Alfredo Brañas (sí, ese bajo cuya advocación el PP de Galicia puso su fundación, ahora absorbida por la FAES) escribió el poema ¡Como en Irlanda! cuyo verso final la Xeración Nós convirtió después en eslogan: "Galicia, érguete e anda, como en Irlanda, como en Irlanda". A finales del siglo XX, Irlanda volvió a ser un referente, en este caso para las élites económicas, pasmadas por crecimientos anuales del PIB de hasta el 10% anual. En ninguna de las dos ocasiones, sin embargo, se aprovechó el ejemplo. Incluso estuvo Galicia más cerca de seguir el camino irlandés en la primera que en la segunda.

Mientras en Irlanda invertían en formación, aquí en Galicia lo hacían en rotondas y asfalto

A finales del siglo XX Éire pasó de ser un país pobre a tener una de las rentas per cápita más altas del mundo gracias a, sin meternos en honduras, que logró atraer a grandes multinacionales por una mezcla de idioma, imagen, política fiscal y apuesta educativa. No sé qué conclusión sacaron las élites gallegas, pero me temo que se quedaron con la de que había que aprender inglés. Entiendo que no dedujeran que tener un Estado propio ayuda bastante a diseñar políticas propias, pero en lo que sí se pudo hacer, se hizo lo contrario. Mientras allí invertían en formación, aquí lo hacían en rotondas y asfalto. En lugar de aprovechar la proyección en América y el hecho de ser la única comunidad con lazos lingüísticos tanto con las depauperadas economías hispanoamericanas como también con la emergente brasileña, aquí la única utilización de la diáspora fue la electoral.

Nunca hay que abandonarse al desaliento, pero me temo que no haya demasiado que esperar de las élites gallegas. Salvo excepciones de personas y ocasiones, en general han dimitido de su función dirigente, y se limitan a ejercer de administradores o apoderados de la finca. Más o menos el papel de Don Pedro, el perito, que desempeñaba Agustín González en Los santos inocentes de Mario Camus ("la servil clase media con ínfulas de grandeza, incipientes corruptos", en palabras del crítico Diego Galán). Desde el poder, las loas diarias a los emprendedores se concretan en hacerles favores y allanar el camino a los de siempre, discriminar las iniciativas dependiendo de quién las promueva, y contemplar pasivamente la hemorragia continua de talento joven.

Claro que no sólo hay Don Pedros en el PP, como demuestra la actitud del PSdeG ante el catálogo de fármacos del Sergas (¿por qué recetar fármacos genéricos es malo si lo decreta una consellería y sería bueno si lo decidiese un ministerio?). Y lo peor es que el donpedrismo gallego no se circunscribe a la denostada esfera política. Al Club Financiero de Vigo, el supuesto think tank de la clase empresarial más dinámica de Galicia no se le conoce otra labor intelectual que hacer de poste repetidor de las ocurrencias de FAES/Aznar (su homólogo coruñés al menos se centra en proporcionar a la clase dirigente un ambiente cómodo para que se explayen en la intimidad).

El resto de la sociedad gallega que todavía no ha tenido muchas oportunidades de fracasar, roto el espejo irlandés, tiene a mano otro en el que mirarse. El de Islandia. El complejo político-económico islandés hizo lo mismo que todos los demás. Jugar a la ruleta financiera. A finales de 2008, sus deudas multiplicaban varias veces su PIB, la moneda se desplomó y la bolsa tuvo que suspender su actividad tras un hundimiento del 76%. El parlamento acordó la devolución a los inversores extranjeros de 3.500 millones de euros que tendrían que pagar los 300.000 islandeses mensualmente durante los próximos 15 años al 5,5% de interés. Pero los paganos se echaron con las cacerolas a la calle, exigiendo un referéndum. Se celebró hace exactamente un año (aunque quizás no lo hayan visto en los medios) y el 93% votó en contra. Varios banqueros y altos ejecutivos fueron detenidos (a otros los busca la Interpol). El parlamento más antiguo del mundo acordó otras dos medidas: una reforma de la constitución con la aportación directa de los ciudadanos y la IMMI (Icelandic Modern Media Initiative), una ley que refuerza la libertad de información y la transparencia (sobre todo de lo que se hace con los dineros de todos).

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Claro que, dirán algunos, esto sólo es posible en una sociedad que tiene la misma población que Vigo y con un Estado independiente. Pero también en Galicia nos conocemos todos, hay más margen de maniobra del que dice Feijóo, y hubo reacciones populares inéditas en otras partes (Nunca Máis, las movilizaciones a favor del gallego). Lo malo es que el donpedrismo se está generalizando, y las clases dirigentes, sobre todo las políticas, en el tiempo libre que les deja la tarea prioritaria de acotar disidentes, se dedican a estrangular cualquier iniciativa que pueda surgir de la sociedad civil si carece del crotal de ortodoxia y obediencia correspondiente. Así que lo que queda a nivel propositivo, fuera de las vías establecidas, es practicar los tradicionales ritos de apareamiento intelectual en los bares o el onanismo reivindicativo en las redes sociales.

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