La contaminación positiva
Estos días de anticiclón han dado mucho de sí. Durante estos primeros soles, he aprovechado el buen tiempo para recorrer los caminos de la Alta Garrotxa, una zona bella y agreste, relativamente bucólica. Si Heidi intentase dar volteretas por estas laderas acabaría en el hospital. El roquedal se impone, sin un todoterreno las aproximaciones son disuasorias, hay que rodear crestas y riachuelos y las horas se multiplican. Nada como el desgaste para comprender la dirección de los caminos, el significado de los topónimos o las vicisitudes históricas: el carlismo, la rapiña de los bandoleros, la grandeza y la miseria de algunas masías o la frontera con Francia que protege exiliados y maquis. También el posterior despoblamiento de la zona, la Alta Garrotxa se ha convertido en un paisaje frío, casi inerte. Las condiciones sociales, culturales y sobre todo económicas que la hacían viable para sus habitantes han desaparecido y la comarca vegeta.
Además de 'nouvelle cuisine', para seguir siendo un paisaje caliente y vivo el territorio necesita una 'nouvelle usine'
En algunas ocasiones veo comarcas. La geografía es el lugar donde se padece la historia y nada como quemar gasóleo -recorrer kilómetros para los políticamente correctos- para poner rostro a las gráficas y a los indicadores económicos. Lo primero, un buen mapa 1:50.000 como el de Geoestel. Lo segundo, perderse en él. Ir de Ripoll a Berga, de Berga a Solsona y de Solsona a Cervera. Conducir por esa broma pesada a la que algunos llaman Eix Pirinenc hasta llegar al Alt Urgell y después desviarse hasta Tremp. O dejar la A-2 para perderse por Les Garrigues, la Ribera d'Ebre y la Terra Alta. Olvídense del autobús y del tren, no hay combinaciones y la chiruca tiene sus límites.
Los indicadores económicos, las cifras de paro, el cierre de fábricas o las curvas del PIB se muestran en el paisaje de una manera evidente. Si se visita una comarca en diversas ocasiones y se consultan los informes de competitividad, se pueden contrastar los cambios de posición relativa y la nitidez de la fotografía. El cierre de un bar o el porcentaje de persianas de bajadas de un barrio -su vida- corresponden al aumento de la tasa de paro por el cierre de una empresa cercana. Debo admitir que las tonalidades que presenta la realidad son diferentes de la de los colores saturados de El paisatge favorit de Catalunya. Y sí, reconozco que son viajes poco glamurosos, no me acompañan ni músicos ni presentadores y nadie me cuenta su infancia o su paraíso perdido. Los hay que observan Cataluña desde el parque de Cervantes o desde Heron City, los límites de su mundo son los límites de la Diagonal y el resto son píxeles de GPS y gastronomía.
Recorrer el Lluçanès en bicicleta y comer en un restaurante condecorado está muy bien. Tenemos el territorio constelado de nouvelle cuisine y me felicito por ello, no quisiera caer en el otro extremo, como si pudiésemos prescindir de algo. Sin embargo, el territorio, para continuar siendo un paisaje caliente y vivo lo que necesita es una nouvelle usine, una nueva fábrica. Que el complejo textil de Puigneró contaminara el Ter hasta convertirlo en una cloaca está muy mal, hasta ahí nos acompaña otra vez la fuerza de la corrección política, pero habrá que pensar qué hacemos en Sant Bartomeu del Grau, qué fábrica sustituye a la que se cierra porque no todo van a ser restaurantes. De lo contrario, a este paso vamos a necesitar mucha, mucha chiruca. Lo del desarrollo sostenible lo firmamos todos, pero, por favor, pensemos también en un desarrollo sostenido, que no podemos permitirnos el lujo de reducir todavía más la velocidad del país. Andar nos gusta, pero no tanto.
Urge la creación de un índice de contaminación positiva.
Francesc Serés es escritor.
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