La hora de los castores
Un gobierno fantasmal tomó posesión de Galicia. En pocas semanas recorrerá todos sus municipios para conquistar mentes y corazones con el objetivo de erradicar todo deseo de cambio político en las provincias vencidas del noroeste. Feijóo alcanzará el ecuador de su mandato enfangado en reyertas electorales y el spam propagandístico le ayudará a tapar su ausencia de iniciativas. Las voces de la oposición diagnostican una suicida incompetencia. Pachi Vázquez recomienda el relevo total del área económica de la Xunta. Más abrasivo, Carlos Aymerich hace votos para que los cambios incluyan al presidente. En Galicia, las cosas funcionan así: la oposición cavila en la remodelación de la Xunta y el Gobierno sólo piensa en cómo ganar las próximas elecciones. Dice el presidente que no hay motivo para reestructurar el Gobierno que él, con toda modestia, bautizó como Gobierno 10. La autocomplacencia aísla Monte Pío y blinda San Caetano.
Galicia padece un Gobierno que, tras dos años, se comporta como si aún no hubiese tomado posesión
No es probable que un ritual cambio de nombres se traduzca en nuevas políticas en la Xunta conservadora. Al presidente le gusta estar rodeado de yesmen y yeswomen, serviciales subalternos que asienten cuando Núñez Feijóo afirma, reniegan cuando dice que no, guardan silencio si calla y aplauden cuando habla, venga al caso o no. El modelo en la Corte es Héctor José Cámpora, un justicialista devoto que, en un memorable discurso de Juan Domingo Perón, se levantó 74 veces para aplaudir al presidente. Cuando Eva Perón le preguntaba la hora, el sumiso Cámpora respondía: "La que usted guste, señora". ¿Qué hora es en Galicia? La que el señor presidente quiere. Núñez Feijóo dice que llegó la hora de los castores. Antonio Gramsci nos dejó en sus Cuadernos de la cárcel una inquietante nota sobre el comportamiento de los castores. Cazados durante siglos para extraerle sustancias de uso medicinal de sus testículos, cuando caían en una trampa se capaban a dentelladas con la esperanza de salvar así la vida. Acorralado en el Parlamento, incapaz de ofrecer soluciones al aumento dramático del desempleo, Núñez Feijóo siguió el ejemplo de los castores y le amputó a su Gobierno toda competencia y responsabilidad en las políticas de empleo.
Sostenía el malogrado Tony Judt que cuando la economía inicia su retirada siempre queda el Estado para hacerse cargo de las facturas pendientes. En Galicia hace tiempo que la depresión económica recluyó a los empresarios en sus cuarteles de invierno, allí lamen sus heridas y cuidan de sus mermados beneficios en espera de tiempos mejores. Mientras, los ciudadanos todavía confían en que en la zona cero de la crisis del empleo intervenga el Estado; es decir, el Gobierno central y la Xunta de Galicia. Desengáñense. El mensaje del presidente Feijóo es rotundo: no esperen nada de nosotros. Los yesmen hacen coro: las políticas que permiten luchar contra el paro cíclico son competencia del Estado, pero hace (casi) dos años aplaudieron a rabiar el discurso de investidura de Feijóo cuando detallaba los instrumentos de la Xunta para combatir la crisis: "Entre estas herramientas de autogobierno hace falta mencionar la política de gasto, en su doble componente inversora y social; cierta margen de actuación en la política de ingresos, tanto impositivos como a través del endeudamiento; la política reguladora; la política de inversiones en capital humano y en investigación; las políticas activas de empleo y las políticas de fomento, formación empresarial y apoyo a las empresas y a los emprendedores". Hay que ver como son estos castores...
Casi nadie esperaba que Feijóo hiciese tanto como nos prometió en la campaña electoral, ni tan poco como nos ofrece ahora en la Xunta. Galicia padece un Gobierno que, tras dos años de ejercicio, se comporta como si aún no hubiese tomado posesión. A la oposición parlamentaria se le acaba el tiempo de la crítica y la denuncia sin expectativa; aquejada del mal de la procrastinación, pospone su oferta conjunta como gobierno alternativo y la definición de políticas factibles frente a la crisis económica y social. ¡Dadme posibles, si no me ahogo! El agobiado grito de Søren Kierkegaard es hoy compartido por muchos ciudadanos que le piden posibles al PSdeG y al BNG. Para aclarar las cosas, en algún lugar del Parlamento de Galicia deberían grabar las palabras de Gianfranco Pasquino: "Ningún gobierno debe pedir a la oposición que le deje gobernar, sino demostrar que sabe hacerlo. Del mismo modo, ninguna oposición debe pedir al gobierno que le deje ejercer como tal. La oposición tiene el deber de competir con el gobierno demostrando ser un gobierno alternativo".
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