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Columna
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Antipático

Aunque la regla no es de oro, casi nunca falla. Cuando tenemos mala opinión de nosotros mismos, procuramos ser simpáticos con todo el mundo para que nos devuelvan una imagen mejorada. Por el contrario, cuando son los demás los que tienen mala opinión de nosotros, nos volvemos antipáticos, poco sensibles, nos encerramos en nosotros para fantasear tiempos mejores y huir de la realidad. Y en este sentido hay que reconocer que Francisco Camps está antipático, al margen de cualquier análisis político o estrategia electoral. Reacciona mal, se entretiene en matizar si trata a Rajoy de tú o de usted y corta canales con el exterior aislándose cada vez más.

Recuerdo que en su primer período electoral, en una comida de candidato, afirmó que él era un valenciano genético. Reconozco que me asustó un poco la frase, pero comprendí rápidamente que tenía buenas intenciones, quería conectar con los demás, decir que Valencia lo era todo para él. Entre el arroz, que estaba horrendo, y el amable respeto del auditorio, decidí digerir la frase de la mejor manera posible. Pero es que ahora pasa de ser un valenciano genético a convertirse en un vigilante de la genética valenciana, cerrando canales de televisión, en esta caso TV3, supongo que por miedo a que altere el ADN de la Comunidad. Al margen de las razones legales, que siempre se pueden resolver con una buena negociación, no hay nada más antipático en los tiempos actuales como cortar cables, cerrar puertas y atrincherarse. Si Francisco Camps fuera más sensible a las noticias de prensa, se daría cuenta de que las simpatías van por otro lado.

Wikileaks fue una bocanada de aire fresco porque sacó los colores de la vergüenza a muchos políticos europeos, aunque también mostró el color del poder de la diplomacia americana, que nunca es un mal color. El mundo árabe se amontona en las grandes plazas para verse reflejado en el espejo mágico de la comunicación y esperar así algún tipo de maná milagroso que les devuelva una vida digna. Malo será que después de haber sido fotografiados, televisados y digitalizados se queden como estaban, porque su rabia será inmensa. Pero al menos intentaron abrirse al mundo y despertaron así una fuerte corriente de simpatía entre nosotros. En poco tiempo, Internet se distribuirá mediante una red de satélites a todos los países que todavía no lo tienen. Y mientras tanto, por estas tierras cortamos canales con los vecinos del norte, crispamos las relaciones con los políticos nacionales del propio partido del presidente y evitamos un diálogo moderado con la oposición. Es imposible provocar más antipatía.

En política, al menos, es preferible tener mala opinión de uno mismo a que la tengan los demás, te obliga a estar atento a los otros en lugar de despectivo. Por eso hasta rectificar una decisión puede resultar simpático a la ciudadanía. Sería bueno probar la receta.

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