Cuplé con sabor a tabaco
Siete excigarreras de la centenaria fábrica de Tabacalera en Lavapiés protagonizan una obra de teatro y recuperan la memoria del edificio
Solo faltó el humo y el olor a tabaco. La ley fue la única que no se dejó engañar ayer. Todo lo demás retrocedió en el tiempo. En el centenario edificio de la Tabacalera se oyó desde el cuplé de los años 20 ¿Dónde se mete la chica del 17? hasta "el tabaco es nuestro mejor compañero en la época de estudiante", en una cuña publicitaria. La culpa fue de las cigarreras de Lavapiés. Las más chulas de España volvieron a ocupar la Tabacalera, en la calle Embajadores, diez años después de su cierre. Con todas las de la ley.
María Cruz, Pilar, Elena, Mayte, Nati, Toñi y Chelo fueron las siete valientes que volvieron a ponerse la bata azul y a levantar el puño. Protagonistas de una obra de teatro tan real como la vida misma. Como las demás, María Cruz, de 71 años, tenía la coreografía más que ensayada. Bailó, con la música del grupo De la Purissima, los mismos movimientos que había repetido durante 36 años en la empresa sobre el mismo escenario de siempre. Como si no hubiera pasado el tiempo. Al final, a más de uno se le saltaron las lágrimas.
Miles de mujeres pasaron por el edificio de Lavapiés en casi 200 años
Para entrar a trabajar había que tener 18 años y no haber cumplido 19
Porque no solo eran siete. Entre el público, que superó con creces todas las expectativas, había muchas cigarreras más. Y todas coincidían: "Éramos una gran familia". Al oír su historia uno se daba cuenta de que tampoco les quedaba otra.
Con 18 años cumplidos, pero siempre antes de cumplir los 19, entraban en la fábrica. Y el primer día siempre era lo mismo: "Yo aquí no aguanto ni 15 días". Mentira. Todas sumaron años de trabajo y juntas se ganaron el respeto de todos. Ni el mal olor en el pelo, ni las imparables máquinas, ni los desplantes machistas, que les impedían fumar en el trabajo como sí hacían los hombres, pudieron con estas miles de mujeres que durante casi 200 años liaron, con la ayuda de máquinas, los cigarrillos de todos los españoles. Primero fueron los Celtas y luego los Celtas cortos, hasta llegar a los Ducados.
Eran tiempo en los que "el tabaco era sagrado", explicó Marisa Sanz, 14 años en la fábrica y muy emocionada minutos antes de empezar la función. Por eso, al acabar la jornada, en la puerta de salida, todos los trabajadores tenían que pulsar un timbre que encendía una luz. Si era verde, a correr a casa. Si era roja, tocaba cacheo. Pobre del que se llevara algún cigarrillo escondido en el bolsillo. A María Cruz, sin embargo, nunca le dio por fumar. Ni siquiera cuando sus compañeras consiguieron, en 1975, encenderse un pitillo igual que hacían los hombres, que ocupaban sobre todo los puestos de mecánicos y jefes. Ella prefería salir a la hora de la comida a bailar, y a ver si "encontraba un novio" en el Molino Rojo, donde cobró vida el verdadero cabaret madrileño, en el mismo Lavapiés.
No fue bailando, sino de paseo por la calle, donde al fin encontró pareja. Y se casó y siguió trabajando. Tuvo cuatro hijos y siguió trabajando. Siempre en Tabacalera, hasta que un ERE la devolvió a casa en el año 1993 con 59 años. Y entonces la casa se le cayó encima. Como les pasó a todas las demás hasta que salió la última en noviembre del año 2000.
En junio del año pasado se cerró al fin un paréntesis de diez años. La puesta en marcha un centro social autogestionado, con la connivencia del Gobierno, recuperó el inmueble del abandono para vecinos, artistas y activistas. David Rodríguez, director de la obra, recuerda que la primera vez que entró en la Tabacalera se acordó de las cigarreras, como si las paredes mantuviesen su recuerdo. Así nació la obra Cigarreras. Métodos y tiempos. De un recuerdo.
Rodríguez consiguió liar a varias mujeres que aún seguían por el barrio para que se apuntaran a un taller semanal de manualidades. Y poco a poco se ganó su confianza. El resto de la historia se vio ayer en la Tabacalera que, solo por un día, volvió a recuperar la razón de su nombre.
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