Narciso al espejo
Sirve esta reposición de Irresponsables, una de las últimas creaciones de Werner para su compañía, como prólogo para el próximo estreno que la espera en la Sala Cuarta Pared el día 24 de este mes.
Irresponsables mantiene su textura original, pero se encuentra más asentada en los intérpretes que repiten. Se trata de una obra que tiene mucho de colectiva desde su arranque. La coreógrafa parte del trabajo de taller, una técnica que saca a los bailarines confesiones, guiños, complicidades y brotes de energía que muy sabiamente ha sabido ordenar y secuenciar sobre el escenario. Es ahí donde está el trabajo propiamente teatral y coréutico: la ordenación, en secuenciado plástico da consistencia de creación única, aunque se puedan diseccionar los fragmentos, unas complicidades que parecen querer decir, como en el Artajerjes de las Vidas Paralelas de Plutarco: "Tú puedes decir lo que te plazca, que yo puedo decirlo y además hacerlo". Esa especie de carpe diem o mejor "baila como si nadie te estuviera viendo" (frase que viene de antiguo y que Internet ha puesto de moda otra vez), parece perseguir a los bailarines. No buscan un espejo pues lo llevan dentro; no necesitan una pareja pues su sombra tiene entidad física; no están solos porque ya antes interpretaron su propio desgarramiento.
IRRESPONSABLES
Compañía Provisional Danza. Coreografía y dirección: Carmen Werner. Centro de Nuevos Creadores. Sala Mirardor. 5 de febrero.
Desde el primer arranque de Lucio se adivina por dónde va a discurrir el estilo en un frágil y móvil equilibrio que alterna en diálogo con la acción y la intención clarificadora de los entresijos de la compañía, y por ende, de la profesión, acaso también de la vida de los artistas más allá de los muros de las salas de ensayo o de los telones de los teatros.
La mujer es tratada por Werner como una silueta glamourosa en altos tacones y falda de tubo, toda de negro y toda sensualidad, armada de sí misma para la conquista y el reto. Las sugerencias del desnudo son aprovechadas al máximo. Un bailarín, como irónico ejemplo nato del chulo místico con espejito mágico, dice en voz alta: "Me gusto, me encanto, me adoro". Pero a la vez representa el pudor o quizás esconde mil complejos: es el único que no se desviste; su narcisismo se funde en la acción colectiva del ensemble, es absorbida por un anticlímax que se compone o desarticula a voluntad. El humor colectiviza la tensión, la reparte con la simultaneidad de esos monólogos sardónicos u otros solos bailados de índole más dramática. El resultado tiene cierta circularidad, gancho cíclico ante el que los intérpretes se rinden exhaustos y seducidos por sus propios juegos. Las uvas, símbolo de la atracción, como cientos del fruto prohibido, se dispersan por el suelo de la escena hasta que son barridas por tinieblas. No puede decirse que todo acabó como empezó, pues aquellos seres ya serán otros para siempre.
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