De los noticieros a la Cañada Real
El hombre al que le asestaron ocho puñaladas hace dos semanas en San Blas ya traslada toxicómanos en los 'taxis de la droga' de la calle de Amposta
El hombre apuñalado permanece estable dentro de la gravedad. Recibió ocho puñaladas en el cuello, la espalda y el tórax. Ingresó en el hospital Doce de Octubre hace dos semanas. Y fue noticia por eso. Antonio M. D., vecino de San Blas, tiene 50 años y sus agresores fueron detenidos unos días después. Todo apunta a que pensaron que la víctima era el mismo que les había robado unos billetes algunos días antes. Pero se equivocaban. Todo el barrio sabe que no fue Antonio.
El hombre apuñalado está dentro de un Alfa Romeo gris con el codo apoyado en la ventanilla. Se llama Antonio, pero todos le apodan Macu, hermano de Los Tentes, también conocidos como Los hermanos Dalton, "que son unos bichos, muy mala gente. Poco de fiar", según uno de los veteranos de la zona.
"¡Son sujetadores recién robados en el centro!", anuncia una toxicómana
El apuñalado es un hermano de 'Los tentes', "gente poco de fiar"
La víctima tiene varias grapas en el cuello y pocos dientes en la boca. Es conductor de los taxis de la droga que parten de la calle de Amposta desde hace lustros. Una kunda, como se conoce a estos transportes de drogadictos a los lugares de venta como La Cañada Real, con un trasiego constante las 24 horas del día. La zona de Amposta es junto a Embajadores y Sierra de Guadalupe uno de los puntos neurálgicos del menudeo de drogas en Madrid. "Pero nunca sale en ningún sitio, porque San Blas es San Blas y a nadie le interesa, ni siquiera para lo malo", dice un hombre sentado en un taburete con la única pierna que le queda colgando, pegado a una cristalera y frente a la actividad continua de toxicómanos.
Antonio lleva los bajos del coche llenos de barro. Tiene prisa y cuando carga a los pasajeros arranca, a las ocho de la noche del viernes, derrapando hacia la autovía de Valencia. Ya no volverá hasta la mañana siguiente. "Se lía uno ahí en La Cañada. Nunca sabes lo que te va a surgir ni lo que vas a tardar", explica un compañero del Macu. Los viajes se hacen a cambio de una pequeña parte de la droga que los usuarios vayan a adquirir en el supermercado de estupefacientes. O de dinero, directamente.
"Últimamente han venido grupos de búlgaros que no son yonquis para ofrecerse a hacer el transporte", comenta uno de los espectros que recorre la vía arriba y abajo. Pero no da más detalles. Y no hay ni rastro de búlgaros, aunque ya se acurrucan junto al chaflán de la calle cuatro vehículos algo destartalados que esperan a los clientes.
La policía, los coches de policía, los agentes, municipales, nacionales, de uniforme, de paisano, vienen y van durante toda la tarde, la noche y la madrugada.Los agentes hacen filiaciones, piden la documentación. Detienen a una chica muy joven. Se la llevan esposada. Estaba menudeando bajo un viejo soportal de una galería comercial en la que no sobrevive ni un solo comercio abierto. Ni siquiera el supermercado del barrio. Ni la peluquería. Ni uno ni otros, ni municipales ni nacionales tienen nada que decir sobre los continuos sucesos que se dan en la calle de Amposta.
En los últimos meses varias agresiones en la zona concluyeron con los agredidos ingresados en el hospital. Uno hace una semana, otro hace tres meses, otro hace nueve meses. Y así "durante años y años. No hacen nada de verdad", dice un vecino casi octogenario que se jacta de haber llevado el primer automóvil que paseó por las calles del barrio. "Mira la matrícula, es de los primeros 6.000 coches de Madrid", dice sorteando el tema de los zombis sin dentadura que se mueven como un enjambre a su alrededor.
Javier lleva 11 años regentando un pequeño bar en la esquina de la calle. En su opinión los agentes no hacen muy bien su trabajo. No tiene malas palabras para los drogadictos. "No hacen nada. La verdad es que no molestan. Solo faltaba, porque si molestasen los matábamos a escopetazos", dice haciendo un escorzo con los hombros y levantando la pesada mano como si la fuera a descargar encima de alguien. "El Macu entra aquí a por tabaco de vez en cuando. No es malo. Es tímido, muy callado", dice el hombre.
Cerca de allí un hombre delgado que frisa la cincuentena cruza las piernas y fuma un cigarrillo mientras apura una copa. A lo largo de las horas una sucesión de toxicómanos se acerca a verle. Le consultan cosas, le piden favores, le susurran al oído, le piden que les invite a una cerveza. Él los atiende con actitud de patriarca. Los escucha y a veces los lleva a la parte trasera de la calle. Su hermano es uno de los viejos drogadictos del barrio, uno de los más azotados por la heroína desde los años setenta. "Hace no mucho me robó la furgoneta y me la encontré sin gasolina en Las Barranquillas. Ninguna grúa quería meterse ahí dentro para sacarla", se ríe. Su mujer está desintoxicándose en un centro.
Sus amigos, sin embargo, siguen enganchados. Al menos los que van surgiendo a lo largo de la noche. Dos mujeres extremadamente delgadas llegan con un montón de bolsas: "¡Son sujetadores de los buenos, de pijos, recién cogidos en una tienda del centro!", exclama la mujer muy orgullosa. Cuenta que ha robado 30 bolsos, pero su amiga Gloria solo tres. Y eso le parece una distribución del trabajo muy injusta. El hombre que apura su copa dice algo tranquilizador en tono salomónico y las quejas se extinguen.
Marian, de 35 años, aún conserva casi todos los dientes. Solo le falta uno, pero no se nota, excepto cuando se ríe. "Sí que viene gente joven también, aunque es verdad que aquí han sobrevivido muchos de los antiguos", comenta.
El más antiguo tiene un mote bastante obvio. Le apodan el Abuelo. Tiene su explicación, porque el hombre, de larga barba blanca y tocado con una gorra de publicidad, tiene 72 años. "Va de vez en cuando a pillarse sus cositas", explica uno de los yonquis que pululan por la acera y que en el momento de mayor concentración se acercan a la veintena. Quien da esas explicaciones sobre el abuelo tiene algo más de 40 años, la cara demacrada y las piernas rengas las arrastra por la acera. Es otro de los veteranos, como el hombre apuñalado que ocupó media columna en los diarios y algún reportaje televisivo. Permanece estable. Tanto, que el viernes ya estaba en su puesto de trabajo, con el motor en marcha y una rutina de viajes de ida y vuelta que ancla la calle de Amposta desde hace cuatro décadas.
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