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Columna
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El 'maelström' que viene

A mí me parece que mi primo, Agustín Baamonde, parlamentario del PP de Galicia y alcalde que fue de Vilalba, hombre inteligente, sensato y moderado, de un cierto galleguismo centrista (que se ha tenido que embolsar en parte por cómo se las gastan hoy sus compañeros de partido) está más cerca del epicentro del país que Corina Porro, por más que esta haya sido alcaldesa de Vigo y sea hoy presidenta de la Autoridad Portuaria de aquella ciudad. El perfil de Porro me parece cercano, desde luego, al de minorías muy influyentes -el conglomerado aznariano- pero más alejado del tono medio del país. Los pronunciamientos del Círculo de Empresarios de Vigo, de los grupos provida, de Galicia Bilingüe y de toda la gente que le hacen la ola a ella y a gente como ella tienen un efecto y cierto sex appeal, pero, de momento al menos, hay que meterlos con calzador.

El autogobierno tiene todas las papeletas para convertirse en chivo expiatorio

También Tuco Cerviño, médico, y ex gerente del Chuac, cuando aún era conocido como el Juan Canalejo, me parece más en la media asintótica de una Galicia progresista y eficaz que Salvador Fernández Moreda, vazquista copioso, hombre del aparato eterno del PSOE, válido tanto para un roto como para un descosido, y a la sazón vicepresidente de NCG, amén de Presidente de Diputación. Lo mismo me sucede con Henrique Monteagudo en el BNG, hombre de convicciones y actitudes fuertes, pero con una inequívoca voluntad de escuchar los mensajes de la gente, sobre todo en lo que se refiere a su terreno, el de la lengua gallega. Otra gente, como Pilar García Negro, posee un discurso de imposible enlace con el público, ni tan siquiera con el de querencias idiomáticas afines.

Le pongo nombres y apellidos a la política porque creo que de vez en cuando hay que ponérselos. Porque creo que entre gente razonable siempre es posible entenderse y desechar ese espíritu de facción que tan pocas cosas resuelve, pero que tantas agrava. A mí no me cabe duda de que en los tres partidos hay gente de buena voluntad, que intenta lo mejor para el país sin demérito de las respectivas cosmovisiones. Entre Agustín Baamonde, Tuco Cerviño y Henrique Monteagudo sería posible entenderse, en lo que respecta a los intereses de Galicia. Es un consenso interno que se echa en falta ahora que crecen las acechanzas y el peligro.

La cosa está tan mal, que no creo que sea una exageración decir que Galicia, si no recupera el espíritu de la transición y establece unas pautas compartidas puede acabar engullida por el Maelström que viene. El PP va a ganar todas las elecciones habidas y por haber, o casi todas. El PSOE, noqueado, va a quedar durante unos instantes fuera de juego -veremos si se recupera rápido al estilo francés o se despeña al italiano-. Por su parte, el BNG dónde siempre: en su desorientación. En España lo que vamos a vivir es un período de demagogia y maniqueísmo. La presión recentralizadora se ha transmutado en una pasión nacionalista que ha encontrado en Aznar a su profeta. Enfrente estará una Cataluña en la que hasta Pujol parece apostar por la independencia, tal vez como movimiento táctico, y un País Vasco con una mayoría soberanista preparándose entre bastidores.

Esa dialéctica, trasladada a Galicia promete ser infernal. España puede redefinirse, iniciando de facto una nueva transición en la que no cabe la posibilidad de que vascos y catalanes se rindan pero que puede llevarse por delante buena parte del actual entramado institucional. Las autonomías, convertidas en chivos expiatorios de la prensa demagógica, pueden acabar trasquiladas. No importa que, por ejemplo, la deuda pública en España sea debida en un 44,1% a la administración central, por sólo en un 10,2 % a las comunidades autónomas y un 3,4% a los ayuntamientos. La batalla es ideológica: acerca del modelo de Estado. En la España central está imponiéndose la visión carpetovetónica, con muy pocos frenos. Las máquinas de crear malhumor, los dientes de sierra de la radicalización ya están afilándose.

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La sociedad civil va a ser anegada por consignas repetidas por tierra, mar y aire que buscarán hacer de la crisis económica una ocasión para llevarse por delante grandes trozos de la autonomía. El autogobierno tiene todas las papeletas para convertirse en el chivo expiatorio al que cargar con todos los cabreos y resentimientos que rugen entre bastidores. Si Galicia no está preparada, pueden venir a por nosotros, armados hasta los dientes de la TDT y de los periódicos y radios de guardia. Un segundo Aldraxe se está preparando, no lo duden. Tal vez sería el momento en que más allá de los partidos una cierta transversalidad hiciera acto de presencia. En ella deberían tener su papel desde aquellos que evitaron el primero -Anxo Guerreiro, Ceferino Díaz, Meilán Gil, González Mariñas, entre otros- hasta las nuevas hornadas de empresarios, profesionales, políticos e intelectuales: esa sociedad civil que no siempre encuentra cauce para su voz pero que no puede compartir esa deriva posible y antipática.

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