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Columna
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Describir el duelo

Andrés Barba

La cosa más común entre todas las vidas: perder a alguien. Se sobrelleva que el muerto, el ausente, se haya convertido en algo imaginario, en algo casi falso, pero el deseo que se tiene de él no es imaginario. La presencia del muerto es imaginaria, pero su ausencia es muy real y sabemos que, a partir de ahora, ésa será su forma de aparecer. Y el grito de ese sufrimiento: "¿Por qué?", resuena no sólo a lo largo de toda la historia de la Literatura, sino a través de la plena conciencia de todas las acciones humanas. El carácter irreductible del sufrimiento hace que uno no pueda sentir horror por sí mismo mientras sufre de la misma manera que el absurdo detiene la inteligencia y la impide avanzar, pero -como es bien sabido- la ausencia de aquel a quien hemos amado no detiene el amor, el amor continúa tras la muerte en la obstinación del duelo. Sobre ese tema hay libros tan conmovedores como El libro de mi madre, de Albert Cohen, o Una pena en observación, de C. S. Lewis. Ahora se ha añadido otro, inédito hasta hoy: Diario de duelo, de Roland Barthes. Notas simples como golpes de aguja, un dietario de las impresiones, los descubrimientos diarios, las breves fulguraciones que asaltan a cualquiera que llora una desaparición... Barthes confirma lo que todos hemos sentido alguna vez al perder a alguien: el amor manifestado a los muertos es perfectamente puro pues el deseo por una vida que ya ha terminado no puede dar nada nuevo: se desea que el muerto haya existido y ha existido, pero junto a ese sentimiento, que es perfectamente real, se percibe que el mundo se ha despedazado y vuelto irreal. Dice Barthes: "La soledad donde me deja la muerte de mamá me deja solo en terrenos donde ella no tenía parte. Hay pues en el duelo una domesticación radical y nueva de la muerte; pues antes era sólo un saber prestado (torpe, venido de los otros, de la filosofía, etcétera), pero ahora es mi saber. Esto es para mí el universo: este lugar falso en el que nada es verdad, donde nada cristaliza".

Después de esta lectura conmovedora, uno siente la seguridad de que ese descubrimiento, que en parte es consustancial a la simple idea de estar vivo (y de estar vivo para los otros), es un conocimiento para el que no hay instrucción posible y al que cada hombre deberá acceder antes o después en solitario y en la medida de su imaginación y su inteligencia. Pero si ese sufrimiento penal es en parte la garantía de la autenticidad del amor, no lo es menos la alegría que produce pensar que esa vida ha sido real, que ha existido, que ha sido exterior en el sentido más radical de la palabra. Y algo más misterioso aún: la convicción íntima de que ese dolor puede, o bien hacer más firme y real la vida, o bien despeñarla hacia el barranco de lo imaginario.

Diario de duelo: 26 de octubre de 1977-15 de septiembre de 1979. Roland Barthes (Paidós). El libro de mi madre. Albert Cohen (Quinteto, Anagrama, Círculo de Lectores, Columna). Una pena en observación. C. S. Lewis (Anagrama, Columna). Andrés Barba (Madrid, 1975) ha publicado recientemente la novela Agosto, octubre (Anagrama. Barcelona, 2010. 152 páginas. 15 euros)

Imagen tomada en Nueva York en 2000.
Imagen tomada en Nueva York en 2000.Reuters

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