La del pulpo
El ejemplo más popular de mimetismo es el camaleón, cuya piel cambia de color según el entorno por donde se desplaza. A mí, sin embargo, me fascina un pulpo que fue descubierto hace poco tiempo en las aguas del sureste asiático. Este cefalópodo, además de cambiar de textura y de color como hacen otros pulpos, tiene la capacidad de imitar a otras especies. Y lo hace dependiendo del peligro que le amenaza. Los expertos dicen que puede transfigurarse en una estrella de mar, en un pez león, en un coral, y así hasta en 15 especies diferentes.
El mimetismo está muy estudiado en el mundo animal. Y consiste esencialmente en la capacidad que tienen algunas especies para engañar los sentidos de otras que conviven en el mismo hábitat. Las enciclopedias dicen que los casos más conocidos afectan a la percepción visual, pero también hay ejemplos de mimetismo auditivo, olfativo o táctil. Sobre el mimetismo de los humanos, en cambio, hay más filosofía que estudios científicos, ya que en el caso de una persona el efecto mimético se da, sobre todo, en las conductas.
La política está llena de mimetismo. Y especialmente, los políticos. No se trata, como digo, de una cuestión visual, sino de conducta. Ni tampoco de algo innato al ser humano, como pasa con los animales, sino de una capacidad que va engordando con la experiencia. Por eso hay cada día más dirigentes cuya opinión es exactamente la que quiere escuchar la persona que tiene enfrente. El ejemplo más reciente de la semejanza entre un político y el pulpo mimético de las aguas del sureste asiático, lo encontré el otro día en la entrevista que Pedro J. Ramírez le hizo en una televisión al presidente del PP de Andalucía, Javier Arenas. El líder popular no solo dijo lo que los televidentes de esa cadena querían oírle decir, sino que le regaló al entrevistador lo que éste soñaba con publicar en su periódico del día siguiente. El mimetismo fue total entre ambos.
Un político, con años de experiencia, es capaz de alcanzar las cualidades del pulpo mimético y transfigurarse en hasta 15 personas diferentes para adoptarse a su entorno. Si se fijan bien, los pueden encontrar en cualquier partido, aunque hay mares ideológicos más propicios que otros para su hábitat natural. No les ha pasado a ustedes que a veces leen una entrevista con algún dirigente del PP en un medio progresista y parece un militante de la Joven Guardia Roja. Y lees, a los pocos días, a ese mismo dirigente en un medio conservador y don Pelayo, a su lado, era un moderado. O esa transformación que sufren algunos dirigentes socialistas, que aparecen un lunes en la televisión pública como unos estadistas, y el fin de semana se transmutan en alborotadores en cualquier acto electoral.
Hay dirigentes que son capaces de aparentar tener una ideología para cada día de la semana y unos principios irrenunciables distintos para cada comunidad autónoma. Disponen de un traje simulado para cada ocasión y un discurso perfecto para decir lo que piensan que queremos escuchar en cada momento.
La cosa se está complicando, y nada es lo que aparenta. El PSOE lleva meses imitando con sus políticas a los gobiernos de derecha y el PP lleva el mismo tiempo haciendo oposición con un camuflaje de izquierdas. Zapatero hace cosas que sus votantes no quieren que haga y Rajoy no dice todos las cosas que haría, a pesar de que a sus votantes de siempre les gustaría escucharlas. El uno está imitando al otro. Y viceversa. El PSOE tiene un presidente del Gobierno transmutado. Y se habla de un posible nuevo candidato que aún está camuflado. Con la crisis económica primero y con la proximidad electoral después, se ha acrecentado el mimetismo. Y empieza a resultar difícil descubrir de qué va disfrazado el pulpo de las aguas del sureste asiático. Tan difícil como asumir que llevemos años aceptando que nos estén dando la del pulpo.
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