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Columna
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Es lo que hay

En la ilustración de la portada se ve un crío descalzo con un sombrero de paja y una caña de pescar sentado en la cubierta de una balsa de troncos, río arriba. A su lado, como un fiel centinela, un tipo flaco y más negro que el betún otea el horizonte, ojo avizor, por la cuenta que le tiene. Se trata de un esclavo huido del Sur, su nombre es Jim. El chaval en muchos sentidos puede considerarse también un prófugo, se llama Huck, no conoce el jabón ni más normas sociales que las de un conejo de monte, pero tiene un corazón de primera calidad y es el mejor amigo de Tom Sawyer. Entre los dos la han liado parda en el mundo editorial americano.

Al parecer, la editorial NewSouth Books ha considerado que el lenguaje empleado por los protagonistas de la novela deja bastante que desear y podría ser un mal ejemplo para los tiernos escolares estadounidenses que sin embargo pueden guardar un Winchester en casa sin el menor reparo. Así que con el visto bueno de ciertos sectores académicos preocupados por la buena educación de sus retoños, se ha puesto a corregir nada más y nada menos que a Mark Twain.

Si el padre de la moderna literatura norteamericana levantara la cabeza, vería que en la nueva edición de Las Aventuras de Huckleberry Finn, no aparece por ningún lado la palabra "negro" (nígger) ni ninguna de las expresivas blasfemias que sueltan los protagonistas cuando se ven en peligro.

Ya se pueden imaginar la cara que pondría el viejo tahúr del Misisipi antes de soltarle su andanada a estos nuevos censores de la mojigatería rampante para explicarles el verdadero significado de una lectura que no han entendido nunca: el profundo valor de la amistad entre dos chicos blancos y un esclavo negro que pelea por su libertad aunque tengan que expresarla con palabras del infierno.

Como sigamos imponiendo los códigos actuales de hipercorrección política hacia el pasado no tardaremos mucho en cargarnos a los grandes clásicos del cine y la literatura. Estamos a un paso de ver a John Wayne haciendo de cocinillas con un delantal en El hombre tranquilo y a Humphrey Bogart pasando la aspiradora mientras masca un chicle antinicotina. Por el mismo camino no tardaremos tampoco en ver a los oficiales nazis de las SS repartiendo caramelos a los niños judíos de Auschwitz, o a los moros que trajo Franco comportándose con exquisitos modales ante las jóvenes del bando republicano, o a anarquistas de pelo en pecho santiguándose en las iglesias y a pelotones de fusilamiento que no fusilan a nadie y a falangistas y milicianos yéndose juntos de copas porque aquí no ha pasado nada. Así se arregla el mundo, sí señor. Con efectos retroactivos. Yo por si acaso estoy pensando en exiliarme al planeta de los simios. Ustedes hagan lo que quieran.

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