La alta costura vuelve a soñar
Dior mira al pasado y Armani al futuro decididos a recuperar el espectáculo
Dos modelos cubiertas de capas y capas de tul sobre seda color pastel. Convertidas en esponjosas princesas. Rodeadas por un enjambre de asistentes que protegen sus delicados zapatos con patucos de plástico y recogen los mullidos bajos de sus gigantescas faldas. Les asisten en la compleja tarea de salir de la carpa instalada en los jardines del museo Rodin y recorrer una alfombra empapada hasta el interior del edificio. La escena, de tanta calidad plástica como potencial significativo, ocurría ayer tras el desfile de alta costura de Dior para primavera/verano 2011.
Dos de los últimos diseños de la colección de John Galliano iban a ser fotografiados junto a las esculturas de Auguste Rodin. Tal vez, el único acompañante posible para semejantes vestidos. Porque la escala de la romántica extravagancia que el diseñador británico concibió para la casa francesa no era humana.
Una exposición dedicada al trabajo de René Gruau (1909-2004) en Londres se presentaba como la inspiración principal de la colección. Los estilizados y fluidos dibujos de Gruau jugaron un papel fundamental en la definición y difusión de la estética de Christian Dior. Su relación de colaboración y amistad desde los años cuarenta era el tema de esa muestra que terminó el 9 de enero. Pero Galliano, vestido de ruso y con un sorprendente peinado beatnick, ampliaba el horizonte de su propuesta: "Quise reflejar también la iluminación de las fotografías de Irving Penn. Hasta cinco capas de tul se superponen en un degradado que emula el claroscuro. El trabajo para lograr ese efecto en una silueta armónica ha sido complejo, pero ¡de eso trata la alta costura!".
El rastro de técnicas pictóricas podía seguirse sobre la superficie de trajes que exageraban la ya de por sí histriónica silueta del New Look y dejaban caer sobre ella un velo de sombras. A la vez, insinuación de un bosquejo a lápiz y de un trazo en gouache. Aunque, desde luego, nada era esquemático, sino pleno y abundante. Si las mujeres-tarta y la nostalgia no son un plato de su gusto, tal vez encuentre un tanto copioso el menú. Pero el espectáculo está garantizado. En cada pliegue de sus volúmenes de merengue o en el movimiento de las plumas.
La capacidad de epatar se echó de menos, horas antes, en la presentación de Alexis Mabille. El diseñador francés, de 32 años, también buscó la cercanía de la escultura y la pintura para defender la altura de su modernización de la alta costura. Pero hay comparaciones que resultan inclementes. En el museo Bourdelle, Mabille mostró sus vestidos primero en blanco y luego coloreados. "Es un juego de espejo para apreciar la construcción y los volúmenes de la pieza en estado puro. La silueta en abstracto. Cuando la decoración aparece, a veces la esconde", explicaba.
Por la tarde, cuando hasta el maestro de la contención se entregaba a la hipérbole se empezó a dibujar una hipótesis: la alta costura viene guerrera en su defensa de lo artificioso. En Armani Privé no hubo rastro del pragmatismo que impregnó al diseñador el pasado otoño y le sugirió trajes y abrigos para la vida real en una discreta gama de marrones. En su lugar, Armani recuperó los experimentos espaciales de hace un año, acaso influidos por el vestuario que creó para Lady Gaga. Planteó una estética futurista en tejidos de ciencia ficción de atrevidos colores. Sus patrones estaban surcados por círculos y rematados por acabados iridiscentes y bordados de robótica frialdad.
Los directivos insisten en que las cifras de este negocio no dejan de crecer -un 45% para Armani en 2010- y siempre es posible que los privilegiados que pueden comprar estas prendas lleven una existencia más cercana a la de un avatar o una escultura que a la de un ser humano corriente. Pero el fervor con el que Armani y Galliano defendieron ayer una alta costura alejada de la realidad y dispuesta a recuperar su capacidad fabuladora parece más destinado a los espectadores que a los consumidores.
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