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Reportaje:

Donde la Dietrich se puso torera

Cierra Samaral, icónica tienda llena de historia, fundada en 1934 en la Gran Vía

Patricia Gosálvez

La gente se arremolinó en la acera cuando el cochazo se detuvo ante la tienda. De su interior salió una dama con pantalón blanco y camisola. "Parecía que fuese en pijama, pero era muy elegante; venía expresamente a comprar camisas de torero". La clienta era Marlene Dietrich, el vendedor que la atendió, Fernando Pérez de Santa María, el tercero de una saga de hombres con el mismo apellido que se han hecho cargo de la tienda Samaral en Gran Vía, 7. La abrió el abuelo en 1934. La cerró el nieto hace unos meses.

Fernando Pérez de Santa María, padre e hijo, de 87 y 59 años, están embalando el género que no se vendió en la liquidación. Atienden por la puerta trasera, entre cajas y desorden, en la que fue una de las tiendas más elegantes de la calle. "Esto ya no representa lo que hemos sido", dicen rodeados de trajes de caballero, artículos de fumador, artesanía española y jerséis de punto de los que ya no se hacen.

"En Samaral viven los amigos", escribió Camilo José Cela
"El público para el que se creó esta tienda ya no existe", dicen los dueños

Cuando José Pérez de Santa María Altisent se propuso crear un comercio selecto lo bautizó con un acrónimo de sus apellidos: Sa-Mar-Al. Junto al encargado de decorar su local, el diseñador Federico Laorga, viajó a Londres para inspirarse. Volvió con dos ideas: crear una galería escaparate ("para que el cliente entrase en la tienda sin estar dentro") y un logo que se convirtiese en un icono. Conseguido. "Ahora la Gran Vía está globalizada, pero entonces cada tienda tenía su personalidad", dice Fernando hijo. "Es una pena que estos comercios históricos sean engullidos por las grandes superficies", continúa, "pero el público de la Gran Vía ha cambiado y también la forma de comprar, quizás por eso cerramos... Esto se creó pensando en un público que ya no existe". En Samaral, junto a los maravillosos mostradores vitrina de los años treinta que los dueños están intentando vender hay siempre una silla. "Aquí se compraba sin prisas, ahora solo ves sillas en las joyerías", dice Fernando padre, que se hizo cargo del negocio durante años junto a su hermano José.

Cada rincón de esta tienda tiene una historia. De entrada, sin moverse del sitio, Samaral ha estado en cuatro calles: Conde de Peñalver, avenida de Rusia, avenida de José Antonio y, finalmente, en Gran Vía. También en la oficiosa "avenida del quince y medio", llamada así durante la guerra por el calibre de los obuses que caían. "Los empleados le pidieron a mi padre dormir en el sótano para protegerse de las bombas. Pusieron camas y todo, pero la primera noche cayó un pepino en el edificio de al lado y ya no quisieron volver a quedarse", recuerda Fernando padre. Durante la contienda el local tenía el cierre echado y atendían por detrás, "como ahora". "No vendíamos, pero si venía alguien con garbanzos o un chorizo y quería una bufanda o unos guantes llegábamos a un acuerdo", explica. Y no se rinde a la melancolía: "Las cosas tienen un principio y un fin y el fin ha llegado dejando un buen recuerdo".

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Entre los muebles a medida hay todavía cientos de objetos curiosos, por ejemplo, un documento firmado en 1936 por un hijo del propio Thomas Burberry que garantiza la autenticidad de las prendas vendidas en Samaral. La joya de la casa es el libro de firmas. De cuero, hojas con filo dorado, envuelto en una gastada bolsita de algodón. "Aquí queda una vida", dice el hijo al sacarlo, "esta tienda es parte de la familia, así como lo son los clientes, muchos de ellos amigos". Pasando las hojas de autógrafos los va enumerando: Fernando Fernán-Gómez, Rafael de León, Gila, El Cordobés... sobre su firma Camilo José Cela escribe: "En Samaral viven los amigos, esa, quizás, es la humilde, la modesta perdición de uno, ¡qué le vamos a hacer!"; y Paco Rabal: "A mis amigos de Samaral que tienen cosas bonitas y son tan gentiles". Más escuetas son las estrellas de Hollywood: Charles Bronson, Ava Gardner, Anthony Quinn, Anita Ekberg, Elisabeth Taylor. "No me acuerdo de qué compró, pero sí de sus ojos", dice Fernando padre. Entre Esther Williams y La Chunga hay una firma que omite el nombre de pila. A alguien que marca tendencia yendo en pijama, le basta con el apellido: Dietrich.

Fernando Pérez de Santa María, padre e hijo, en el mostrador de Samaral con el libro de firmas de sus clientes más ilustres.
Fernando Pérez de Santa María, padre e hijo, en el mostrador de Samaral con el libro de firmas de sus clientes más ilustres.SAMUEL SÁNCHEZ

Un logo antiguo de lo más moderno

Casi 80 años después de ser colgado, el rótulo de Samaral es una joya tipográfica de la ciudad. Enmarcadas por una S y una L alargadísimas, las redondas aes se unen coquetas con una serifa curva creando un conjunto que tantos años depués sigue resultando moderno. Según los dueños ha "inspirado" otros logos como el de los cigarrillos Sombra o el de una portada del grupo Amaral.

Aunque el de la puerta trasera es original y está algo deteriorado, el rótulo de cobre de la Gran Vía se cambió después de la guerra por otro de hierro pintado ("lo fácil habría sido ponerlo de plástico", dicen los dueños, "pero no es nuestro estilo"). Explican que tienen registrada tanto la marca como el diseño y que "todo es negociable si alguien muestra interés".

"El abuelo tenía una obsesión: marca, marca, marca", dice Fernando Pérez de Santa María hijo monstrando como en cada prenda, cosido bajo la etiqueta del fabricante, está el logo de Samaral. "Era un concepto muy moderno, el abuelo fue un visionario".

"Nunca nadie, ni del Ayuntamiento ni de Patrimonio, ni siquiera cuando el centenario de la Gran Vía, se ha interesado por proteger o salvaguardar nuestra fachada", lamentan los Pérez de Santa María, que siempre han alquilado el local. ¿Qué pasará cuando echen definitivamente el cierre? "No sabemos, el rótulo debería conservarse en un museo, o seguir en la Gran Vía...", dice Fernando padre. "En ningún caso acabará en el chatarrero", asegura, "aunque me estorbe, lo guardaré en casa, por sentimentalismo".

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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