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Crítica:ÓPERA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Fantástica batalla de reinas

Uno de los problemas de tener una historia tan larga y lustrosa como la que tiene el Liceo es que al final todo acaba convirtiéndose en aniversario, conmemoración o, como mínimo, rememoración.

Empecemos por este punto. Anna Bolena fue la primera ópera que se representó en el Liceo, en 1847. El título se representó, entre otras ocasiones, en 1947, en el centenario del teatro, en un momento en que la obra estaba totalmente fuera del repertorio. Por Anna Bolena pasó Caballé en 1982 y 10 años más tarde Edita Gruberova cantaba su primera Bolena en el teatro de La Rambla. En aquellas representaciones de 1992 debutó en el Liceo, sustituyendo al titular, un joven Josep Bros.

Anteayer, 18 años más tarde, el título regresaba al Liceo, Gruberova, volvía a enfrentarse al tremebundo papel de la reina inglesa y un tenor, Gregory Kunde, debutaba en el teatro barcelonés sustituyendo precisamente a Bros. Primera conclusión: cantar el papel del tenor en Anna Bolena no es bueno para la salud. Hasta aquí la historia.

ANNA BOLENA

De Gaetano Donizetti. Edita Gruberova, Elina Garanca, Gregory Kunde, Carlo Colombara, Sonia Prina, Simón Orfila y Jon Plazaola. Orquesta y Coro del Gran Teatro del Liceo. Andriy Yurkevych, dirección musical. Rabel Duran, dirección escénica. Gran Teatro del Liceo. Barcelona, 20 de enero.

Gruberova saca un rendimiento enorme a un libreto lleno de tópicos

Expectativas de diverso género rodeaban esta Anna Bolena. La primera era si Edita Gruberova podría, a sus 64 años, con un papel agotador y erizado de dificultades. El asunto tiene un punto de morbosidad, pero está justificada: el operístico es uno de los pocos cantos naturales que quedan sin trampa tecnológica ni cartón electrónico, y forma parte de la tradición de la ópera ver si los cantantes pueden o no con las partituras.

La otra gran expectativa se situaba en la nueva producción que el Liceo había encargado al mallorquín Rafel Duran, que debutaba en el teatro con este título.

Por Gruberova no hay que preocuparse, queda Edita para rato. Empezó un poco descolocada, pero enseguida se situó y ofreció una actuación fantástica que coronó con una "aria de la locura" final que enardeció al público pese a calar ligeramente el sobreagudo final. El dominio de Gruberova del papel va mucho más allá de lo vocal, posee el personaje y le saca un rendimiento dramático enorme a un libreto plagado de tópicos.

La otra gran triunfadora de la noche fue Elina Garanca en el papel de Giovanna Seymour. La mezzosoprano letona estuvo en todo momento a un nivel altísimo, con una voz bella e imponente, y una afinación exacta. El dúo del segundo acto entre Bolena y Seymour fue lo mejor de la noche, una fantástica batalla entre reinas vocales. El capítulo femenino se completó con la buena actuación de la contralto Sonia Prina en el papel in travesti del músico Smeton.

El capítulo masculino se saldó a un nivel correcto. Gregory Kunde pudo sin dificultades con el papel de Percy y ofreció una buena actuación; Carlo Colombara resultó suficiente, pero poco contundente en lo vocal, en el papel de Enrico VIII, y Simón Orfila despachó muy correctamente el papel de Rochefort. Bien el coro, especialmente el femenino, y suficiente pero sin especial brillo la orquesta, dirigida por Andriy Yurkevych, debutante en la plaza.

La esperada nueva producción recibió algún abucheo, no muchos, y aplausos, tampoco muchos. La producción, más sosona que mala, va de atemporal, como ya es casi norma últimamente, y se ambienta en un espacio de luz cálida, que nos remite al concepto de prisión de lujo; esto se acrecienta con la presencia de unas cámaras de vídeo que a modo de Gran Hermano vigilan constantemente a los personajes. Unos figurantes disfrazados de cuervos rememoran las célebres aves de la torre de Londres, donde se ambienta parte de la acción, y trasiegan arriba y abajo mesas, sillas y atrezzo. La dramaturgia de personajes y situaciones fue convencional y, aunque con el belcantismo más vale dejar las cosas como están y no meterse en camisa de once varas, se esperaba algo más elaborado.

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