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Columna
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Nos hizo cosquillas

Pocas veces sucede en la historia que un gran intelectual sea también un buen político, dicho sea con todos los respetos y con alguna que otra salvedad, pocas. Una cosa es la teoría y otra la práctica. Enrique Tierno Galván fue un teórico muy pragmático, no cabe la menor duda. Sabía latín, el muy ladino. De hecho, cuando vino el Papa a Madrid, le dio la bienvenida en ese idioma, aunque todo el mundo sabe que el Viejo Profesor no estaba muy católico. Estaba, más bien, estoico, volteriano y marxista.

Tomó las riendas del Ayuntamiento de Madrid en un momento providencial: las primeras elecciones municipales de la democracia. Enseguida su estilo caló en el pueblo, incluso en los de ideas distintas al regidor. Su conexión con la juventud fue inmediata, como un flechazo. Su entierro fue uno de los más multitudinarios en la historia de la capital.

Tierno fue un señor muy serio que nos hizo reír mucho, justo cuando más lo necesitábamos, cuando la democracia estaba en pañales y nadie sabía cómo iba a acabar todo aquello. Él hizo que la gente volviera a leer los bandos del alcalde en las plazas. Sus bandos son lecciones magistrales de literatura, de buen mando y de humor. Él definió de una vez por todas qué es una persona madrileña: "vivir en Madrid es ser de Madrid".

Doctor en Derecho y Filosofía y Letras, catedrático de Derecho Público, supo llevar sus docencias a la práctica con mucho arte. Pero Tierno tenía un exquisito sentido del humor, tipo inglés, tipo Gila, entre surrealista, lacónico, inteligente y callejero. Es sublime la foto aquella en la que aparecía con cara de póquer al borde de la carcajada al lado de una vedete que enseñaba la teta.

Tenía unos ojillos bondadosos y muy pícaros. Vaya usted a saber lo que pensaba de verdad Tierno. Porque él, entre otras muchas cosas, era un experto en la novela picaresca española. Conocía El Buscón casi de memoria, y sabía mucho del Lazarillo, de Rinconete y Cortadillo, de la pícara Justina, Marcos de Obregón, Guzmán de Alfarache, Estebanillo González y el gran escritor salmantino Diego de Torres Villarroel. Su sabiduría en estas cuestiones la dejó plasmada en Sobre la novela picaresca y otros escritos (editorial Tecnos, 1974).

Ponía fuera de sí a los enemigos políticos, dentro de los cuales también había dirigentes socialistas. El Viejo Profesor era temido por sus adversarios, aunque muchos de ellos le veneraban y envidiaban en secreto. Un figura.

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Los dioses, o quien sea, nos hicieron un gran honor dándonos un alcalde de ese talante. Cuando más lo necesitábamos nos hizo cosquillas. Solicitamos con urgencia alguien así.

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