Piedad para el tiburón
La tragedia de los escualos, en una exposición que revienta los tópicos
"¿Sabes lo peor de los tiburones? Esos ojos sin vida, negros, como de muñeca. Cuando se te acercan no parecen vivos, hasta que te muerden...". El edificante relato es de Quint, el capitán del Orca, el barcucho en el que dan caza al gran depredador en Tiburón. Ahora una exposición en el Museo Marítimo de Barcelona permite al visitante reflejarse en los oscuros ojillos de un tiburón blanco -que te recibe al entrar-, un tiburón tigre y un tiburón martillo (extraordinarias reproducciones a tamaño natural); pero, lo que hay que ver, la idea no es que te provoquen pánico esas bestias, sino que te inspiren ¡compasión!
El reto es de aúpa, sobre todo si, como nos pasa a muchos crecidos bajo el trauma de la película de Spielberg y su pedazo de elasmobranquio, cuando ves una aleta no puedes dejar de pensar en Herbie Robinson, aquel marinero excelente jugador de béisbol y camarada de Quint en el USS Indianápolis que flotaba como un tentetieso en su chaleco salvavidas devorado de cintura para abajo... Así que uno pasea inicialmente con cierta aprensión entre los tiburones de plástico de tres metros, que parecen ir cerrando su círculo en torno al visitante mientras se informa, en paneles, fotos y vídeos, de la realidad de los escualos: su paradójica fragilidad.
La exposición, organizada por la Fundación Cram para la protección de la diversidad marina ( impulsada por el museo marítimo y la Fundación La Caixa), se titula muy gráficamente A favor de los tiburones, un mar de esperanza, y puede visitarse hasta el 15 de marzo. En ella se juega con el tópico y la morbosa fascinación que provocan los tiburones para desmontarlos: unas imágenes cinematográficas de pánico en la playa, puro Jaws, concluyen con un primer plano objeto del terror de los bañistas, no un hambriento tiburón, sino... una silla. La información que se ofrece entonces es reveladora: 652 personas murieron el año pasado por causa de las sillas y solo cuatro por tiburones. Da que pensar, porque a nadie se le ocurriría huir de una silla; claro que las sillas no tienen dientes. Ni le hubieran arrancado de cuajo una pierna al chico de los Elford en Port Macquarie...
Otra estadística: entre 2004 y 2007 en EE UU hubo 15 ataques mortales de tiburones y 127 de perros.
A continuación, en la exposición, otras imágenes, terroríficas, con profusión de dolor y sangre, puro gore que obliga a apartar la mirada. Pero no son lo que imaginan. Son filmaciones de pesca de tiburones. Verdaderas masacres, de una violencia aterradora. Un tiburón se estremece en cubierta mientras lo apalean, luego le cortan las aletas en vida y lo devuelven mutilado al mar. Es el finning, que no es una feliz nueva actividad aeróbica, sino esa práctica atroz y carnicera (de fin, aleta en inglés) dedicada a satisfacer una pasión gastronómica que arranca de la dinastía Qing.
Mientras vas cambiando de perspectiva (véase al respecto el iluminador Sharks, in peril in the sea, de David Owen, 2009), la exposición brinda algunas cifras escalofriantes, como que en el Mediterráneo el 42% de las especies de peces cartilaginosos están amenazadas y 15 especies de tiburones son prácticamente indetectables. Más difícil es justipreciar que el 99% de los tiburones de punta blanca del Golfo de México hayan desaparecido, pero así es. El propio tiburón blanco, la materia de que están hechas nuestras pesadillas, se encuentra en peligro de extinción... Cuando sales de la visita, al pasar ante el gran escualo, casi te sientes impulsado a darle unas palmaditas de ánimo.
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